Seis verdades sobre los desiertos espirituales
Una de las razones por la que, cuando atravesamos un desierto, automáticamente pensamos que estamos pagando por algún pecado es porque nuestra mente funciona bajo la naturaleza caída.
Samuel García / Pastor de la iglesia Bella Vista en Memphis / Coalición por el Evangelio / Foto: La Vangaurdia / Fines ilustrativos /
Hay etapas en las que sentimos a Dios tan cerca, que nuestro corazón rebosa de alegría y gratitud. Pero también hay momentos cuando Dios parece tan distante y nos sentimos tan solos, que el alma no parece dar frutos.
La vida en la fe se describe, en general, como un peregrinaje en el desierto hacia la ciudad celestial; sin embargo, durante la misma también enfrentamos otros desiertos. Hay momentos oscuros en nuestra vida que podemos catalogar como desiertos espirituales.
Los desiertos son lugares áridos caracterizados por la ausencia de vida. No son lugares apreciables a la vista, en comparación con otros ecosistemas con paisajes llamativos. La imagen bíblica de los desiertos es similar. De hecho, se le presenta como un lugar de soledad.
Por ejemplo, en el desierto Jesús pasó hambre y sufrió los ataques de Satanás. Sin embargo, se deja ver, por la manera en la que el relato está estructurado, que era necesario para Jesús estar allí, antes de comenzar Su ministerio público. Lo mismo sucede con los desiertos espirituales que vivimos nosotros. Muchas veces Dios nos permite atravesar tiempos difíciles, donde nos da herramientas útiles para la vida cristiana.
En la Biblia encontramos que los desiertos son de gran provecho para el crecimiento espiritual, además de proveernos valiosas lecciones para la vida. Por esta razón, en este artículo mencionaré seis verdades que debemos considerar cuando Dios nos permite atravesar por un desierto espiritual.
1) El desierto es enviado por Dios
Una de las razones por la que, cuando atravesamos un desierto, automáticamente pensamos que estamos pagando por algún pecado es porque nuestra mente funciona bajo la naturaleza caída.
Es cierto que, a veces, lo que nos sucede es el resultado de malas decisiones o la consecuencia de algún pecado. Pero, por encima de todo, está la obra soberana de Dios y en ese sentido los desiertos llegan por Su voluntad (cp. Job 2:10).
Si el desierto que atravesamos es la consecuencia de algún pecado, entonces atravesarlo es una oportunidad para arrepentirnos. Pero si no lo es, todavía podemos confiar en que Dios lo está permitiendo con algún propósito. Por lo tanto, es mejor recordar y confiar en esos momentos que Dios es soberano, pues Su soberanía nos ha traído hasta el valle de sombra.
2) El desierto no significa que Dios nos abandona
A pesar de que los desiertos son momentos sombríos, hay suficientes razones para creer que Dios camina a nuestro lado. El hecho de que la presencia de Dios sea difícil de notar en la sequedad del desierto no quiere decir que Su presencia no esté allí (cp. Sal 23:4).
No existe lugar dónde podamos estar fuera de la presencia de Dios (Sal 139:7-12). Lo que suele suceder es que, cuando nuestra atención está puesta en los problemas que enfrentamos, perdemos de vista que Dios siempre es fiel.
Algo parecido experimentó Pedro cuando caminaba sobre las aguas y quitó la vista del Señor (Mt 14:29-31). Muchas veces nos sucede igual: nos enfocamos en los problemas y nos ahogan las circunstancias, y entonces nos es difícil ver a Dios a nuestro lado. Si atraviesas un desierto, puedes animarte al recordar que Dios sigue a tu lado.
3) El desierto nos trae bien
Es muy fácil decir: «a los que aman a Dios todas las cosas cooperan para bien» (Ro 8:28), hasta que experimentamos la adversidad. Lo cierto es que muchas veces es un misterio por qué Dios nos permite atravesar algunas circunstancias dolorosas.
En esos momentos necesitamos anclar nuestra esperanza en las promesas de Dios en Su Palabra. Por ejemplo, es esperanzador que la Biblia nos cuenta cómo los desiertos, o los sufrimientos, trajeron frutos en personas que Dios usó para Sus propósitos.
Por ejemplo, Moisés pasó cuarenta años en el desierto de Madián. Allí aprendió lecciones que luego aplicó para guiar a la nación de Israel por el mismo desierto los próximos cuarenta años. De manera similar, los desiertos espirituales traen experiencias que nos acercan más al Señor. Son momentos que Dios usa para formar nuestro carácter.
4) El desierto es temporal
La vida cristiana no siempre es fácil, pero tampoco es solo de sufrimiento y dolor. David da a entender que el valle de sombra de muerte es pasajero (Sal 23:4). No obstante, aunque el tiempo de soledad es temporal, debe ser aprovechado mientras dura.
Cuando estamos sufriendo, nos ayuda recordar que el desierto terminará, pues descansamos al saber que pasamos por algo que no durará por siempre.
Pero, por otro lado, es oportuno que nos valgamos de la ocasión para crecer en lo que Dios quiera formarnos. En ese sentido, los desiertos son oportunidades de crecimiento que podríamos desperdiciar a la hora de atravesarlos.
5) El desierto nos forma
La meta fundamental del cristiano es ser más como Cristo (Ef 4:13). A este proceso se le conoce como santificación. Nuestra santificación comienza cuando venimos a Cristo y luego el Espíritu sigue trabajando en nosotros el resto de la vida hasta que lleguemos a la gloria.
Por lo tanto, se espera que mientras más años tengamos en la vida cristiana, más nos parezcamos a Cristo.
Una de las mejores herramientas que Dios usa para hacernos más como Cristo es el desierto espiritual. Por esta razón, mientras atravesemos estos momentos difíciles, recordemos que estos tiempos son como campos de entrenamiento que Dios usa para formar en nosotros un carácter más como el de Cristo.
Él aprendió la obediencia por Sus padecimientos (Heb 5:8). Si fue una realidad para Cristo, que es el Mesías y es completamente perfecto, no hay duda de que será una realidad, incluso mayor, para nosotros que somos pecadores.
6) El desierto es para la gloria de Dios
El apóstol Pablo deja en claro que el propósito final de nuestra elección es la gloria de Dios (Ef 1:6, 14). Dios recibe la gloria cuando, después de atravesar un desierto, crecemos a la imagen de Cristo.
Así que, recordemos el propósito de nuestra elección y atravesemos los momentos oscuros del alma confiando en que el resultado de nuestras aflicciones traerá gloria a Dios. Pues mientras sufrimos, estamos siendo formados más a la imagen de Aquel a quien pertenecemos.
Por otro lado, si nuestro deber es hacer todo para la gloria de Dios (1 Co 10:31), entonces también lo es atravesar los desiertos con una actitud que le dé gloria a Dios.
La esperanza en medio del desierto
Si los enfrentamos con esperanza, los desiertos espirituales pueden ser temporadas que nos traigan beneficios espirituales.
Mientras sentimos que luchamos con Dios buscando un porqué, Él permite los desiertos con el propósito de hacernos más como Su Hijo Jesús. Quizás no podemos percibir esta bella voluntad por estar buscando el porqué de nuestro desierto.
Mi oración es que este artículo despierte en ti una actitud de esperanza en medio del desierto que estés atravesando.
¡Aprendamos a ser receptivos y ver el desierto como un tiempo de crecimiento espiritual! Recordemos el buen resultado que puede llegar tras los desiertos. Saquemos el provecho que Dios desea para nuestra vida: crecer y ser más como Cristo.