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El arte perdido de escuchar atentamente la predicación |

Los congregantes están atentos al principio, pero la atención decae y abundan las distracciones a medida que avanza la predicación.

Jonathan J. Routley / Coalición por el Evangelio /

Cada domingo en la mañana se presentan numerosas oportunidades para la adoración en la iglesia local. Las alabanzas se elevan al Señor a través del canto y la oración, preparando los corazones para la apertura de las Escrituras y la proclamación de la Palabra de Dios. Los congregantes están atentos al principio, pero la atención decae y abundan las distracciones a medida que avanza la predicación.

Los teléfonos afloran y las cabezas adormecidas se inclinan. Muchos de los que pueden parecer atentos por fuera están preocupados por dentro. La Palabra de Dios poderosa y transformadora se dirige a un público desatento y sin compromiso.

Escuchar bien la Palabra de Dios predicada se ha convertido en una disciplina olvidada. ¿Cuántos sermones del domingo por la mañana hemos escuchado sin procesar o interiorizar mentalmente?

Abundan los buenos libros sobre la proclamación efectiva de la Palabra de Dios, pero ¿qué tal si el problema no es únicamente el predicador? ¿Y si un problema no diagnosticado en nuestras iglesias es que muchos en las sillas son malos oyentes? ¿Cómo podemos aprender el arte de la adoración auditiva?

Esta es la Palabra del Señor

Tal vez la barrera más grande para la atención a los sermones es no apreciar la realidad espiritual detrás de la predicación. El Espíritu de Dios habla a través de ella a Su pueblo cuando se abre la Palabra de Dios. Dios habló audiblemente a Su pueblo desde el cielo cuando Israel recibió los Diez Mandamientos en el Sinaí (Éx 20:22). Imagina el terror de ver fuego en la montaña, relámpagos en el cielo y escuchar la voz de Dios tronando mientras el Señor revelaba Su voluntad moral para Su pueblo.

Puede que no haya ningún fuego y trueno que acompañe a la revelación escrita de Dios cuando se abre hoy, pero la Palabra de Dios no es menos autoritativa y poderosa que en el Sinaí. Es fuego y trueno espiritual para nuestros corazones. Debemos ajustar nuestra concepción de la forma en que escuchamos los sermones, pasando de limitarnos a escuchar las opiniones de un predicador humano a escuchar la voz de Dios que se dirige a nosotros por Su Espíritu a través de Su Palabra.

Escuchas activamente como adoración

El Señor se interesa por lo que hacemos con nuestras mentes un domingo por la mañana. Si nuestros pensamientos no se centran en la Palabra de Dios tal como se proclama, estamos perdiendo una oportunidad de glorificar a Dios.

Pablo nos exhorta a los creyentes a ofrecer nuestros cuerpos como sacrificios vivos a Dios, lo que Pablo llama nuestra adoración espiritual (Ro 12:1). Lo que Dios nos comunica en las Escrituras renueva nuestras mentes, reorienta nuestros pensamientos, redirige nuestros corazones y reordena nuestras voluntades. Escuchar la proclamación de las Escrituras puede ser un acto de adoración.

Pero esto solo ocurre si permitimos que el Espíritu haga Su obra transformadora a través del seguimiento activo de la Palabra predicada. Ningún cristiano ha crecido espiritualmente por ósmosis auditiva. Debemos escuchar activamente a nuestro Dios a través de las Escrituras.

Cómo escuchar la predicación

Pero ¿cómo podemos escuchar de forma activa? Estas son tres sugerencias.

1. Prepárate de antemano para escuchar la voz de Dios.

No somos llamados a ser receptores pasivos de entretenimiento en las reuniones de la iglesia, sino participantes activos en la adoración. Por lo tanto, debemos prepararnos mental y espiritualmente para comprometernos con la Palabra de Dios.

Un sábado por la noche o un domingo temprano en la mañana, ocupados o caóticos, impiden dedicar la atención y el enfoque adecuados a la Palabra de Dios durante el servicio. Antes del servicio prioriza un tiempo de reflexión silenciosa, actividad tranquila, lectura silenciosa u oración para preparar tu corazón y tu mente para escuchar al Señor.

2. Desarrolla la disciplina de mantener la concentración.

Dado que nuestras mentes ya son propensas a perderse sin rumbo, debemos encontrar formas de mantenernos en la tarea. Tomar notas puede ser una forma útil de escuchar activamente un sermón. No tiene por qué ser tedioso.

Puede ser tan sencillo como tratar de identificar el tema principal y los puntos más importantes del predicador. Si la predicación es expositiva, hacer un esquema del pasaje y de las principales reflexiones sobre cada versículo puede ser una forma sencilla de participar. Para otros, dibujar o trazar bocetos puede permitir una mayor concentración y retención de los puntos de aplicación.

Eliminar las distracciones al silenciar los teléfonos, relojes y otros dispositivos es también esencial para poder escuchar con atención. Tal vez, incluso, elegir a la persona con quién te sientas durante el servicio puede permitirte mantener un mayor control sobre tus pensamientos durante el sermón.

3. Sigue reflexionando sobre la Palabra después de que se ha predicado.

Busca espacios para comentar el sermón con los demás. Nuestra familia suele compartir durante la comida o la cena lo que se ha aprendido del mensaje del día o anota un área de nuestra vida en la que podríamos poner en práctica un punto concreto de aplicación.

Darnos tiempo y oportunidades para desgranar y aplicar los sermones es esencial para una retención profunda y duradera. No salgas por la puerta del edificio de la iglesia y dejes atrás todo lo que acabas de escuchar. Llévalo contigo.

Repasa los textos bíblicos y sus aplicaciones cuando estés solo y también durante tus conversaciones con otras personas. «Que la palabra de Cristo habite en abundancia en ustedes» (Col 3:16) durante toda la semana.

El Señor habla a Su pueblo con poder por Su Espíritu a través de Su Palabra. El pueblo de Dios debe aprender a escuchar activamente y debe permitir que la Escritura haga su trabajo transformador de renovación de nuestras mentes. Cuando escuchamos bien la proclamación de las Escrituras estamos realizando una adoración auditiva para gloria de Dios Padre.

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