OPINIÓN

La violencia de género es una imposición ideológica no cristiana

Dr. Carlos Araya Guillén / Educador /

La violencia de género es una construcción social, es decir, una invención cultural adoptada y defendida por un grupo de personas, organizaciones no gubernamentales, partidos políticos, gobiernos y organismos internacionales, para explicar los distintos modos de violencia existentes en el colectivo humano, en particular, en la relación hombre-mujer en el contexto del Nuevo Orden Mundial (NOM).

Los teóricos de la violencia de género rechazan la naturaleza del sexo biológico y sus diferencias, establecidas por el desarrollo de la evolución humana (Lamarck y Darwin) o por Dios desde la creación del ser humano a su imagen y semejanza. Sus posiciones poseen un trasfondo materialista y ateo en el que la existencia precede a la esencia.

La violencia de género es una imposición ideológica desarraigada del entorno natural. Es una visión de la realidad exenta de diálogo, sesgada por el fanatismo unívoco y carente de sólidos principios sustentados en la ciencia.

Bien afirmó la joven diputada española   del VOX que la violencia de género, “no está en el ADN masculino…  no aceptamos las nuevas  leyes e imposiciones ideológicas y totalitarias de la filosofía de género”, basadas en una insensata rivalidad entre sexos complementarios.

Desde la fe cristiana, se cree que el dedo de Dios no grabó en el interior del núcleo de una cédula eucariota de nuestro organismo la violencia de un hombre.

Desde su formación, Dios hizo al ser humano para el amor y no para el odio. En lo más íntimo de su nacimiento el hombre tiene el don de la fraternidad, la amistad, y no la huella genética de la violencia.  

Por tanto, parafraseando a la legisladora española Olona Choclán, vale decir:  que el hombre no mata, mata un asesino, no viola, viola un violador, no golpea, golpea un  agresor, no  humilla, humilla un cobarde, no hiere, hiere un maltratador.

En consecuencia, no es correcto criminalizar al varón. No es aceptable el odio patológico hacia el varón, hacia la mujer o hacia las personas con una orientación sexual diferente a la establecida por Dios.

Hombres y mujeres somos hijos de Dios separados de su Gloria por el pecado, pero rescatados por la Gracia Divina mediante la redención que es en Cristo Jesús. (Romanos 3:24). 

Por eso, desde la perspectiva de bíblica todos los seres humanos somos iguales en el goce de los derechos civiles sin prerrogativas de sangre o títulos de nobleza.

Todos somos llamados a la vivencia del ágape paulino, porque el amor de Dios se impregna en todas sus criaturas.

El paradigma cristiano desde sus raíces, no solo en su metafísica, sino también en su praxis, siempre ha predicado la existencia y el deber de amar primero a Dios y luego al prójimo como a nosotros mismos (Mateo 22:37-39).

Como hijos del padre Celestial, engendrados en espíritu, se ama al a nuestro semejante sin distinción de ninguna índole. Se ama al pecador, pero no el pecado.  Se ama en espíritu y en verdad.

Conviene recordar el relato del Génesis que  enseña: “Viendo Dios la soledad del varón, creó a la mujer como una ayuda idónea para él” (Gn 2:18).  Y la trajo al hombre para que la reconociera como “huesos de sus huesos y carne de su carne”.

De esta manera, “dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer y serán una sola carne”. (Génesis 2:24).

Es decir, desde  su aparición la señal del amor está en su constitución natural y no en el designio genético de lastimar a sus semejantes. Mucho menos en la creencia de que la violencia tiene género.

La violencia contra la mujer en cualquiera de sus manifestaciones: física, social, laboral, económica, psicológica, emocional o sexual,  es un acto de lesa humanidad y una gravísima violación de los derechos humanos. 

Es una “cobarde degradación del poder masculino…que hunde sus raíces en los excesos del patriarcado, que considera a la mujer de segunda categoría en el orden de lo humano”. (Papa Francisco Amoris Laetitis 54).

Los hermanos y las hermanas creyentes tienen el deber de conciencia cristiana, el imperativo ético kantiano, de denunciar al agresor ante las instancias jurídicas correspondientes. 

Tienen el deber moral de apoyar y defender a las víctimas.  Amén de recurrir al poder de la oración.

La muerte de mujeres a manos de su marido, pareja sentimental, ex esposo, ex novio, novios es una realidad que clama justicia al Dios del cielo.

Por último, en nuestra educación costarricense hay que fortalecer los valores de igualdad, respeto, generosidad, comprensión, tolerancia y dignidad en las relaciones interpersonales, frente a una enseñanza sustentada, en estos tiempos, en sesgos de dominio sexista y en principios de la ideología de género, muy propias de orientaciones ideológicas incompatibles con la fe bíblica.

 

 

 

 

 

 

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