FORMACIÓN

¿Ira descontrolada? 3 verdades bíblicas para corazones iracundos

La persona iracunda piensa para sí misma: «Tú me hiciste daño, por lo tanto mereces ser castigado»

Jim Newheiser / Coaliación  por el Evangelio / Foto Thinkstock con fines ilustrativos/

 En vez de solo contar hasta diez o hasta mil, una persona iracunda necesita detenerse y llenar su mente con la verdad bíblica para que pueda vencer la ira en su corazón y volverse una persona de gracia.

Cuando la ira está subiendo de tono, estas verdades no llegarán a la mente de forma automática. De hecho, la persona iracunda está reprimiendo estas verdades para seguir alimentando, justificando y expresando su rabia. Ella debe aprender a poner su mente en las cosas de arriba en los momentos cruciales de la tentación porque está unida con Cristo (Col 3:1-3).

Muchas veces a las personas a las que aconsejo les doy como tarea práctica escribir las siguientes tres verdades bíblicas en una tarjeta para que la lleven consigo todo el tiempo; así, cuando se presente la tentación, podrán repasar estas verdades y los versículos de las Escrituras que se relacionan con ellas. Estas verdades bíblicas reorientan nuestros corazones para sacarnos de la ira diabólica y llevarnos a la gracia cristiana.

1) Quiero algo demasiado, lo cual es idolatría (Stg 4:1-4).

Nos enojamos cuando nuestros deseos no se cumplen. ¿Qué debes tener para ser feliz? ¿Te deben respetar y apreciar? ¿Debes estar cómodo? ¿Debes tener éxito? ¿Debes tener una vida sin estrés?

Debemos entregarle a Dios nuestros deseos cuando buscamos nuestra máxima satisfacción en Él (Is 55:1-2Sal 34:8). Cuando estamos dispuestos a pecar para obtener lo que deseamos o a enojarnos de manera pecaminosa porque nuestros deseos no se han cumplido, hemos convertido estos deseos en ídolos.

2) No soy Dios ni juez (Gn 50:19; Ro 12:17-21).

Cuando otras personas nos hacen daño, sentimos que la balanza de la justicia está desnivelada y queremos rectificarla. La persona iracunda piensa para sí misma: «Tú me hiciste daño, por lo tanto mereces ser castigado».

La persona iracunda puede castigar a la persona culpable cuando emplea un lenguaje de odio, actos de violencia, calumnias, robo o, de manera más sutil, cuando es fría, callada y retraída. Todas estas expresiones de ira son actitudes pecaminosas en las que se emiten juicios sobre la conducta de otras personas. Santiago nos recuerda que, contrario a lo que puedan pensar nuestros corazones pecaminosos, «la ira humana no produce la vida justa que Dios quiere» (Stg 1:20).

Nuestros actos de venganza no traen justicia, sino más bien aumentan el pecado. «No paguen a nadie mal por mal […] No te dejes vencer por el mal; al contrario, vence el mal con el bien» (Ro 12:1721). Aún peor, nuestras expresiones pecaminosas de ira son un intento de quitarle a Dios el oficio de juez. «No tomen venganza, hermanos míos, sino dejen el castigo en las manos de Dios, porque está escrito: Mía es la venganza; Yo pagaré, dice el Señor» (Ro 12:19)

Después de que su padre Jacob murió, los hermanos de José tenían miedo de que José se vengara de ellos por todo el mal que le habían hecho años atrás cuando ellos, por celos, lo metieron en una cisterna para que muriera y después lo vendieron como esclavo (Gn 37:18-2850:15). Estos hombres culpables le rogaron a José que los perdonara, e incluso afirmaron que su padre Jacob había dado instrucciones de que José les mostrara misericordia (Gn 50:16-18). José llora y exclama: «¿Puedo acaso tomar el lugar de Dios?» (Gn 50:17b19). En otras palabras, José les dice que aunque tiene el derecho y el poder para castigarlos, se opone a tomar el papel de Dios juzgando a sus tercos hermanos.

Cuando otros nos hacen daño, podemos encontrar consuelo pensando que Dios hará justicia a los que hacen el mal, incluso cuando los sistemas de justicia del hombre no lo hagan. Cuando confiamos en Él, no tenemos que vengarnos o asumir el rol de Dios.

3) Dios ha sido misericordioso conmigo en Cristo (Ef 4:31-32; Mt 18:21-35).

Cuando nos damos cuenta que cada uno de nosotros es pecador, que «de los cuales yo soy el primero» (1 Ti 1:15) y que se nos ha perdonado una deuda inmensamente grande, nuestros corazones serán conmovidos para mostrar gracia a los que nos han hecho daño.

Jesús cuenta la parábola del siervo despiadado y cruel a quien se le había perdonado una gran deuda, que equivaldría a miles de millones de dólares en dinero de hoy (Mt 18:23-27). Este siervo después buscó a su consiervo que le debía lo que serían miles de dólares en dinero de hoy, una pequeña fracción de lo que se le había perdonado al primer siervo. El siervo al que su señor le había perdonado la deuda «lo agarró por el cuello y comenzó a estrangularlo. “¡Págame lo que me debes!” –le dijo– y después hizo que echaran a su consiervo en la prisión, ignorando sus súplicas que le pedían tener misericordia» (Mt 18:28-30).

El resultado fue que su señor escuchó lo que había pasado. «Entonces el señor mandó llamar al siervo. “¡Siervo malvado!” –le increpó–. “Te perdoné toda aquella deuda porque me lo suplicaste. ¿No debías tú también haberte compadecido de tu compañero, así como yo me compadecí de ti?”. Y enojado, su señor lo entregó a los carceleros para que lo torturaran hasta que pagara todo lo que debía» (Mt 18:31-34). Después Jesús advierte: «Así también Mi Padre celestial los tratará a ustedes, a menos que cada uno perdone de corazón a su hermano» (Mt 18:35).

Aquí vemos que el evangelio es la clave para vencer la ira. Cuando en mi corazón me preocupo por la deuda de cien denarios que me debe mi hermano, yo, como el siervo malvado, me enfurezco y quiero venganza. Cuando recuerdo y medito en la misericordia que Dios me ha mostrado a un precio tan alto (2 Co 9:8), mediante el cual Jesús pagó mi deuda infinita en la cruz, no puedo seguir enojado con mi hermano o con mi hermana. Aquel que me ha perdonado me llama, por amor de Su nombre, a ser misericordioso con los demás como Él ha sido misericordioso conmigo.

Las técnicas seculares de manejo de la ira incluyen reprimir o reorientar el fuego de la ira. El evangelio realmente apaga el fuego de la ira y lo reemplaza con el agua viva de la gracia. También creo que es importante decir que la deuda del segundo siervo no era solo una pequeña cantidad. A la mayoría de nosotros nos inquietaría bastante perder miles de dólares. Esto ilustra que durante el curso de la vida en un mundo caído, nuestros compañeros pecadores nos pueden lastimar de maneras muy graves.

Un cónyuge puede ser infiel. Un hijo puede volverse caprichoso y provocar un gran dolor y un gran gasto. Un amigo puede traicionar la confianza. Un socio puede robar una cantidad importante de dinero. Sin embargo, nada de esto se compara con la deuda que Dios nos ha perdonado en Cristo. El evangelio capacita a los creyentes a vencer la ira y la amargura, y a ofrecer perdón y gracia. «Abandonen toda amargura, ira y enojo, gritos y calumnias, y toda forma de malicia. Más bien, sean bondadosos y compasivos unos con otros, y perdónense mutuamente, así como Dios los perdonó a ustedes en Cristo» (Ef 4:31-32).

Jim Newheiser es el director del programa de Consejería Bíblica y profesor de Teología Práctica en el Reformed Theological Seminary, Charlotte (Estados Unidos).

Nota del editor:  Este es un fragmento adaptado del libro ¡Ayuda! Mi ira está fuera de control (Poiema Publicaciones, 2016), por Jim Newheiser.

 (Los comentarios, artículos de opinión, de testimonio o de formación espiritual, así como las informaciones que reproducimos de otros medios, sean noticias o debates, son propios de las personas que los escriben y no necesariamente representan el pensamiento de este medio).

 

 

 

 

Publicaciones relacionadas

Botón volver arriba