FORMACIÓN

¿Convicción del Espíritu o acusación del enemigo?

¿Cómo diferenciamos entre la convicción del Espíritu y la acusación del enemigo?

Patricia Namnún, Coaliación por el Evangelio / Graduada del Instituto Integridad & Sabiduría, además de un certificado en ministerio del Southern Baptist Theological Seminary

 Tenemos pensamientos que nos señalan nuestros pecados: algunos de ellos nos entristecen y nos hacen volver al evangelio, pero otros gritan fuerte el mal que hemos hecho y cómo le hemos fallado a Dios. Podemos asumir que cada pensamiento relacionado con nuestro pecado viene del Espíritu, cuando en realidad no siempre es el caso. Puede ser fácil confundir la convicción del Espíritu con la acusación del enemigo.

La Biblia nos enseña que el Espíritu Santo nos da convicción de pecado. Jesús enseñó sobre esta obra del Espíritu: «Y cuando Él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio» (Jn 16:8). Sin embargo, también está el acusador, quien quiere señalar nuestros pecados (cp. Ap 12:10), pero con intenciones completamente diferentes. Satanás, el acusador, sabe que Dios no condena a Sus hijos por sus acusaciones (Ro 8:33), pero también sabe que nosotros lamentablemente sí las aceptamos.

Entonces, ¿cómo diferenciamos entre la convicción del Espíritu y la acusación del enemigo? Aquí te comparto cuatro diferencias que pueden ayudarte:

La convicción del Espíritu  La acusación del enemigo
 – Nos lleva a correr al perdón de Cristo   – Nos mantiene con un sentido de culpa
 – Nos mueve a depender de Su gracia  – Nos empuja a depender de nosotros mismos
 – Nos recuerda la seguridad de Sus promesas   – Nos lleva a cuestionar las promesas de Dios
 – Nos mueve a agradecer a Dios por Jesucristo  – Nos mantiene pensando «miserable de mí»

Así que a continuación desarrollaré cada diferencia a modo de pregunta. Cuando un pensamiento te muestre tu pecado, cuestiónalo e identifica si es el Espíritu quien te está dando convicción. Pero incluso si encuentras que el enemigo te está acusando, cuando lo identifiques podrás volcarte hacia el evangelio una vez más.

1. ¿Este pensamiento me lleva a correr al perdón de Cristo o me mantiene con un sentido de culpa?

Mientras que la convicción del Espíritu nos invita a salir del fango de nuestro pecado y nos ofrece limpieza, la acusación del enemigo no nos da una salida, sino que nos empuja a seguirnos revolcando en la culpa.

La acusación del enemigo genera un sentido de remordimiento que nos lleva a estancarnos en el pensamiento: «¿Cómo es posible que haya pecado de esa manera otra vez?». En cambio, el Espíritu nos da convicción de pecado y esa convicción nos guía al arrepentimiento, a través del cual buscamos y encontramos perdón en Jesús y limpieza de nuestro pecado (1 Jn 1:9). 

2. ¿Este pensamiento me mueve a depender de la gracia de Dios o me empuja a depender de mí mismo?

El sentido de condenación que nos trae el acusador no nos apunta a Cristo y Su gracia. En lugar de eso, nos lleva una y otra vez a depender y concentrarnos en nosotros mismos y en nuestro pecado. Nos hace sentir que algo necesita cambiar, pero nos deja incapaces de hacer el cambio porque solo nos apunta a nuestras propias fuerzas. 

El Espíritu Santo, por otro lado, no solo nos convence de nuestro pecado, sino que también nos da la gracia que necesitamos y nos invita a depender de Él. Como dijo Pablo a Tito: «Porque la gracia de Dios se ha manifestado, trayendo salvación a todos los hombres, enseñándonos, que negando la impiedad y los deseos mundanos, vivamos en este mundo sobria, justa y piadosamente» (Ti 2:11-12).

3. ¿Este pensamiento me recuerda la seguridad de las promesas de Dios o me lleva a cuestionarlas?

El miedo es una de las emociones que más tiende a envolvernos cuando hemos pecado. Miedo a las consecuencias, miedo porque pensamos que el Señor no nos perdonará o recibirá. Pero el Espíritu en Su convicción nos invita a aferrarnos a Sus promesas que son seguras; por ejemplo, Su promesa de perdón al arrepentirnos, Su promesa de Su presencia con nosotros, Su promesa de consuelo, Su promesa de una salvación que es perpetua, Su promesa de un amor sin fin.

El Espíritu nos da convicción de pecado, pero a la vez nos recuerda que en Jesús las promesas de Dios son sí y amén (2 Co 1:20).

En cambio, el enemigo en medio de sus acusaciones nos lleva a cuestionar las promesas de Dios y su seguridad. Al acusarnos, trae pensamientos a nuestra mente que ponen signos de interrogación donde Dios ya ha puesto puntos finales: «¿De verdad el Señor te va a perdonar después de haber hecho eso? ¿Crees que siga siendo cierto que Él no se avergüenza de llamarte “hermano” luego de ver el desastre en el que te has metido? (cp. Heb 2:11)». Satanás quiere que ignoremos las promesas de Dios, quiere que dudemos de ellas porque sabe que mientras no las creamos más nos hundiremos en nuestro propio pecado.

4. ¿Este pensamiento me mueve a agradecer a Dios por Jesucristo o me mantiene pensando “miserable de mí”?

Pablo escribió a los romanos: «¡Miserable de mí! ¿Quién me libertará de este cuerpo de muerte? Gracias a Dios, por Jesucristo Señor nuestro» (Ro 7:24-25a). La convicción del Espíritu nos hace ver nuestra condición de pecado, nuestra pobreza espiritual, pero no se queda ahí. Nos extiende la esperanza de Cristo. Nos muestra cuán miserable somos, pero nos apunta al glorioso Salvador que nos saca de esa condición.

Por el contrario, la acusación del enemigo nos empuja a solo quedarnos viendo lo miserable que somos. Nos señala la realidad del pecado, pero sin mostrar la salvación que Jesús nos ofrece.

Todo pensamiento sujeto a Cristo

Si al leer estas preguntas puedes distinguir que estás recibiendo acusaciones del enemigo, la Biblia te llama a llevar todo pensamiento cautivo a la obediencia de Jesús (2 Co 10:5). La batalla en nuestra mente muchas veces es feroz, pero no debemos rendirnos. Cada pensamiento debe ser sometido en obediencia a Jesús y para eso necesitamos hablarnos Sus verdades más de lo que escuchamos las mentiras del acusador. 

No porque algo llegue a nuestra mente significa que sea cierto. Analicemos nuestros pensamientos a la luz de la Palabra y así traigámoslos a la obediencia a Jesús. Por otro lado, si estamos siendo confrontados sobre algún pecado, no endurezcamos nuestros corazones. Corramos en arrepentimiento delante de Jesús, recibamos Su perdón y limpiemos nuestras manos, porque sabemos que todo aquel que se acerque a Él no será echado afuera (Jn 6:37).

Que el Señor nos ayude a abrazar Su confrontación y a llevar delante de Él las acusaciones del enemigo.

 

 

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