Descontento social costarricense: ¿Pólvora para la violencia futura o energía para la creatividad?
Dr. Guillermo Flores/ Profesor de teología y cultura contemporánea/
El descontento y frustración que se observa en grandes sectores de la sociedad costarricense, podrían escalar hacia niveles de mayor inconformidad con potencial de degenerar en violencia colectiva fuera de control en los años por venir.
Alternativamente, este descontento puede ser reorientado para que sirva de impulso hacia la creatividad y la imaginación de un nuevo modelo de sociedad costarricense que propicie condiciones para el florecimiento humano pleno personal y colectivo.
La violencia social fuera de control es un fenómeno que toma tiempo para manifestarse en sus etapas más agresivas y derramadoras de sangre. Por ejemplo, la crisis actual en Venezuela no fue algo que empezó hace 5 años.
Desde 1974, pasando por las presidencias de Carlos Andrés Pérez, Herrera Campins, Jaime Lusinchi, y otros, hasta Hugo Chávez y Maduro transcurrieron varios años.
El descontento social se mantuvo por veinte a treinta años hasta intensificarse a los niveles de violencia, abuso de poder, descontrol social y sufrimiento que vemos en la actualidad en ese precioso país. Podría multiplicar los ejemplos con países más cercanos al nuestro.
Algunas ciencias sociales nos dicen que el descontento crónico y las protestas no atendidas de los pueblos pueden evolucionar hacia la sofisticación del crimen organizado, el terrorismo, revoluciones sangrientas, golpes de estado o guerra civil. Estas medidas extremas de solución de conflictos políticos y sociales dejan tras sí a un país herido, dividido y bañado en sangre.
En este escenario, toma años sanar y reconstruir el alma herida y el músculo productivo de una nación. ¿Queremos esto los costarricenses? ¿Permitiremos que la frustración social escalone a estos niveles de violencia y devastación?
¿Será el actual descontento social la pólvora para la violencia colectiva fuera de control en el futuro cercano o una oportunidad para la creatividad y la imaginación de nuevos modelos de soluciones para los problemas nacionales?
En este artículo, estoy proponiendo que las frustraciones presentes de nuestro pueblo nos deben mover hacia la innovación y la creación de una nueva visión social para nuestro país.
Que las energías emocionales y mentales de miedo, incertidumbre y coraje que refleja nuestro pueblo y que tienen el potencial de impulsarnos por rutas sangrientas, las redirijamos hacia la construcción de ideas y prácticas frescas que nos ayuden a reorientar nuestro país por rumbos más prometedores en este momento histórico.
El miedo, la frustración y el enojo bien dirigidos, pueden ser el preludio para imaginar nuevas posibilidades, sin negar que proyectan verdaderas carencias presentes.
Como instrumento de análisis social deseo presentar, en forma resumida, cuatro etapas por las que pasan los movimientos de transformación social. Es una herramienta didáctica que uso en algunas de mis clases.
Los cuerpos sociales como el estado y sus instituciones, las iglesias, empresas y otros organismos sociales, cuando entran en sus fases de decline pasan por algunas de las siguientes etapas.
La primera etapa es la crisis de relevancia. En este punto los miembros de la sociedad se preguntan si las doctrinas, ideologías, estrategias o modelo de gobierno son relevantes para tratar y para solucionar adecuadamente los retos y oportunidades de la realidad presente y futura.
La segunda es la fase de crisis de confusión y desajuste cultural. Cuando ni la tradición ni los sistemas presentes ayudan a resolver ni los retos estructurales del grupo ni la búsqueda del yo que está experimentando la persona, la misma o el colectivo, entran en una etapa de desorientación y desajuste cultural e intelectual.
Se preguntan ¿Qué está funcionando mal? ¿Debo seguir manteniendo los dogmas, estructuras, recetas o sistemas políticos convencionales o rechazarlos y reemplazarlos? Es una etapa liminal o intermedia de incertidumbre.
La tercera es la etapa del caos. Si la confusión y el malestar extremo del grupo avanzan hacia el caos y, el mismo es mal dirigido, puede escalar hacia la violencia sangrienta, terrorismo, revoluciones, golpes de estado o guerra civil, como fue mencionado antes.
Pero el caos no siempre es negativo. Esta etapa bien dirigida puede ser el comienzo de una gran obra creadora, como en el libro de Génesis. Puede ser el comienzo para la innovación y la creatividad.
La cuarta etapa es la de transformación social. Las personas y los colectivos empiezan a experimentar un cambio de visión de la vida. Empiezan a crear y a ensayar nuevas maneras de interacción social y nuevas estrategias para el cambio estructural. Una nueva cultura es creada.
¿En cuál de estas etapas de transformación social estamos como país? ¿Estamos ya en la etapa de creatividad?
Podría ser. Sin embargo, como hipótesis, sugiero que como nación estamos en las etapas de crisis de relevancia y de confusión y desajuste cultural e intelectual. Lo que observo es a nuestra clase política y a nuestro pueblo “reaccionando”, poniendo “parches”, no creando. Así hemos estado por cerca de cuarenta años.
¿Qué deberíamos hacer? ¿Puede nuestra clase política tradicional resolver estos asuntos? No estoy seguro que puedan. La razón es que todos los partidos políticos de turno le han vendido su alma a unas ideologías estrechas en las que están atrapados. Pero aplaudo a quienes están haciendo algo por el bien del país.
Necesitamos el surgimiento de un movimiento civil compuesto por profesionales, académicos/as, personas con experiencia política nacional e internacional y representantes del pueblo que imagine un nuevo proyecto nacional.
Un equipo compuesto por personas cuya única pasión y visión sea ofrecer al país verdaderas soluciones a corto, mediano y largo plazo.
Urge activar la producción y la generación de empleo. ¿Cómo es posible que nuestras universidades estén graduando profesionales quienes salen al mercado laboral y no encuentran trabajo? Ya estamos viendo psicólogos/as, médicos y personas de otras profesiones trabajando en Uber como taxistas.
Todo trabajo es noble. No quiero ser malentendido, pero uno se educa para tener empleo en lo que estudió. Esto me alarma, porque observando los patrones que condujeron a algunos países al caos, al terrorismo y a formas sangrientas de violencia todo avanzó cuando los profesionales tuvieron que abaratar su profesión para llevar algo de sustento al hogar.
Es necesario detener el crimen. Esto va desde detener el crimen en nuestros barrios marginales y en nuestras calles, hasta parar el atraco a los supermercados, y los asesinatos como el de la turista venezolana en Escazú o a empresarios nacionales o extranjeros.
Esto no se vale. Esto no debería ser normal en un país civilizado y cristiano como el nuestro.
Hay que trabajar en la creación de un plan que repiense a corto plazo cómo vamos a cubrir la deuda nacional y el presupuesto nacional sin castigar en exceso con impuestos más allá de lo razonable al salario, a los productos de consumo ciudadano y a la producción en general. ¿Quién deseará estudiar si sabe por adelantado que su salario va a estar reducido drásticamente por altos impuestos? ¿Quién estará motivado/a a producir si sus ganancias se le irán en impuestos? No hay discusión, todos debemos pagar impuestos.
Esto un deber ciudadano. Pero rentas al salario del quince al veinticinco por ciento o más es sencillamente intolerable. Esto es el resultado de la falta de previsión de nuestros políticos y economistas en la burocracia estatal y las consecuencias de la corrupción, además de otras variables locales y globales.
Es fundamental re-imaginar la cultura de los servicios públicos. ¿Porqué aceptamos como normal que algunos de nuestros adultos mayores tengan que ir a hacer fila desde las cuatro de la mañana para que les den una cita médica para dentro de un año o más? ¿Por qué aceptamos como normal que un/a funcionario/a de cualquier institución de servicios públicos se parapete detrás de un escritorio o ventanilla dando mal trato a quien necesita ese servicio?
Urge reeducar a los servidores/as públicos. No todos son así, hay que aclararlo, pero el patrón de irrespeto, negligencia y falta de profesionalismo y buena atención al ciudadano se observa por todos lados. Estamos ante un asunto de cultura de servicio y de eficiencia en la excelencia en la gestión pública.
Estos son solamente unos casos puntuales. Pero el cambio tenemos que fomentarlo a nivel micro y macro. Mi punto es que no debemos acostumbrarnos a ver lo descrito en los párrafos arriba como normal, porque no debería ser normal.
Ciertamente, la condición humana es ambigua. Tenemos el potencial de autodestruirnos o de recrearnos. Apostemos a reinventarnos. Saquemos lo mejor de nuestras reservas morales, espirituales, intelectuales, etc., para rescatar y reorientar a nuestro bello país.
La indiferencia ante la corrupción, los crímenes, la inseguridad en las calles y casas, etc., nos puede cobrar una factura muy cara. La filósofa Hannah Arendt calificó a la perversidad de los criminales nazis como la “banalidad del mal.”
Es decir, un asunto de querer quedarle bien al jefe para ascender en el puesto, sin adquirir conciencia de la brutalidad que se estaba cometiendo. En los juicios de Núremberg a algunos de los criminales nazis, un psicólogo que los estudió definió el perfil de ellos como “ausencia o carencia de empatía.” Todo era normal. Las muertes de millones eran un asunto de ideología de partido y de burocracia administrativa. ¿De verdad? ¿Y qué de nosotros? ¿No nos importa o ya vemos y aceptamos como normal que le roben el celular en la calle a la joven que viene de la universidad para su casa?
No importa que maten a la turista venezolana, no importa que los ancianos/as hagan largas filas para sacar una cita médica. No tiene que ser así. Esto lo podemos cambiar. Somos un pueblo diferente.
Urge promover una nueva visión de vida. Los cambios no funcionan si sólo se hacen a nivel técnico, burocrático o legal. Los cambios requieren transformación cultural.
Una nueva visión de vida. Cambios de cosmovisiones. Como sociedad debemos cambiar. Movernos de patrones patriarcales y machistas a maneras igualitarias de relación entre los hombres y mujeres.
Avanzar de una cultura de intolerancia religiosa (especialmente en el pasado) a una de respeto mutuo. A nivel más profundo: ¿Cuál es nuestra ética de trabajo? ¿Dejamos que “la suerte o el mañana” determinen nuestro destino o nos hacemos responsables de crear ese destino que queremos? ¿Nos vemos sólo como un país consumidor y de servicios o productor de ciencia, tecnología, conocimiento y exportación? ¿Cómo pasamos del “pura vida” (me siento, estoy bien) a la “pura creatividad” (estamos generando las condiciones para sentirnos bien)?
¿Seguiremos siendo un país con ingenieros/as con mentalidad de autopistas de un sólo carril y llenas de hoyos? Si queremos incrementar la industria del turismo ¿Seguiremos con rótulos en las carreteras sólo en español? ¿Seguiremos por el camino reduccionista de la intolerancia de algunos quienes sólo quieren que se enseñen visiones seculares sobre el universo y la vida humana en nuestros centros educativos de todos los niveles o seremos lo suficientemente democráticos y cultos para incluir las propuestas y visiones cristianas sobre estos temas? Todo esto requiere un cambio cultural. Una Costa Rica en continuidad con nuestra herencia histórica y que la trascienda a la vez.
La ilustre escritora nacional, Carmen Naranjo, cuestionaba en su libro Temas en busca de un pensador nuestras frases muy ticas tales como “Ahí vamos, Qué le vamos hacer, A mí que me importa, De por si e Idiay” como un vocabulario nacional que enmascara una indiferencia ante la vida.
Un lenguaje fatalista, conformista y pesimista. Es una crítica social que cuestiona aquello que somos la “Suiza de las Américas o el país de la pura vida.” Critica sí, pero necesaria.
Sigo creyendo que somos “pura vida”, pero creo, también, que el momento presente requiere añadir nuevas actitudes, nuevas visiones y habilidades de liderazgo y sabiduría para pasar la transición política, económica, espiritual y social lo mejor librados posibles.
En conclusión, lo que estoy diciendo es que los riesgos de no atender a tiempo de manera integral la frustración y el malestar ciudadano puede cobrarnos una factura muy cara política y socialmente en la década que pronto empezaremos.
No deseo alarmar. Estoy tratando de abrir nuestros ojos hacia el futuro para anticiparnos a potenciales peligros que veo en el horizonte.
Cuando las aspiraciones más profundas y cuando el estómago de un pueblo no son llenados se produce un vacío de sentido y un gemido de hambre. Cuando las heridas de un pueblo no son sanadas a tiempo, las mismas, pueden avanzar hasta dañar y desgarrar a todo el cuerpo, es decir, a la sociedad como un todo.
En la literatura y tradición bíblica sapiencial (y en la de otros pueblos) un aspecto sobresaliente de la sabiduría es discernir la amenaza o el peligro por adelantado para evitar caer en él.
Que Dios nos ilumine para convertir el dolor y el descontento social en una oportunidad para trascender como país y para generar una nueva etapa en nuestra vida nacional y no para la violencia fuera de control. Que Dios nos de sabiduría para hacer las correcciones necesarias. Creo que podemos. Somos un país diferente.
Tenemos el capital humano para hacerlo, pero necesitamos sabiduría más que politiquería. Este es un tiempo para que los sabios/as entren en acción. Podemos.