OPINIÓN

“¡Abba! ¡Padre!”

¡Abba! ¡Padre!” revela el sentimiento de Jesús de que Dios es su “papito” amado.

Dr. Carlos Araya Guillén / Articulista /

La expresión “!ABBA!  ¡PADRE!” aparece por primera vez en Marcos, el primer evangelio sinóptico, escrito antes de Mateo y Lucas, para algunos estudiosos alrededor del año 70 y para otros un poco más temprano (papiro 7Q5 de Qumrán).

Cabe mencionar que el libro más antiguo del Nuevo Testamento (N.T.) es la Primera Carta de Pablo a los Tesalonicenses.

Históricamente, la referencia de Dios como Padre a título personal se encuentra en el Sirácida, libro escrito dos siglos antes de Cristo por Jesús (el hijo de Sirac) y no reconocido por la Iglesia evangélica como canónico, pero si por las iglesias cristianas ortodoxas, orientales y católica. (Véase Gran Diccionario Enciclopédico de la Biblia, 2015 / Con 90 colaboradores estudiosos y especialistas en teología, hebreo, griego y arameo, así como, de otras disciplinas que tienen que ver con el mundo de la Biblia).

En el N.T. como ya mencionamos, es en el evangelio de Marcos 14:36, cuando Jesús oraba a su Padre en Getsemaní, dice “¡Abba! ¡Padre!” todo es posible para ti…” (cf. El NT griego–español palabra por palabra. SBU.2012: p. 190).

Así lo consigna VRV contemporánea y la Biblia de Jerusalén (2017) la cual explica que “Abba” expresa la familiaridad del Hijo con el Padre.

Sin buscar ser un banderizo, en los años de su predicación, Jesús es “osado” y “valiente” al llamar a Dios Padre, porque ninguno de los religiosos del judaísmo de esa época, dominado severamente por los fariseos en su ortodoxia, liturgia y sobre todo en la aplicación de sus estrictos códigos de pureza e impurezas, se hubiera atrevido a utilizar tal vocablo (“¡ABBA! ¡PADRE!”) de cercanía con Dios.

Sencillamente para los judíos resultaba inaudito el amor y confianza de Jesús con su Padre. Por eso y mucho más, lo crucificaron.

El vocablo se menciona dos veces más en el Nuevo Testamento, específicamente en las cartas del apóstol Pablo, siervo de Jesucristo, cuando escribe a los hermanos que están en Roma y a las iglesias de Galacia.

La primera, en Romanos 8:15, cuando Pablo escribe “Hemos recibido el Espíritu Santo que nos transforma en hijos e hijas y nos permite exclamar “¡ABBA! ¡PADRE!”

Y la otra, en Gálatas 4:6, cuando el apóstol enseña que todos somos uno sólo en Cristo Jesús y pertenecemos a la descendencia de Abraham y herederos según la promesa. Dios ha enviado a nuestros corazones al espíritu de su Hijo que clama “¡Abba! ¡Padre!”.  (Gálatas 4:6).

Es un vocablo de la lengua aramea que significa PADRE y es la manera familiar (confianza) de llamar al Progenitor. Es reconocer a Dios como Padre.

Fue utilizado por Jesús para dirigirse a Dios cuando en Getsemaní postrado en tierra comenzó a orar al Altísimo pidiendo, de ser posible, no pasar por la hora amarga de la crucifixión, pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieres tu.

Es el hijo que filialmente se dirige a su amoroso Padre para afirmar su sincera obediencia. Guardando la debida transliteración, en el contexto de su adaptación y codificación de un sistema de escritura a otro, “¡ABBA! ¡PADRE!” revela el sentimiento de Jesús de que Dios es su “papito” amado.

Por eso, la oración de Jesús es de entrega al Padre y de aceptación a su santa voluntad. Jesús sabe que su Padre es amoroso. Dios es amor y no castigo. Dios es un amor compasivo y misericordioso, tanto es así, que entregó a su hijo unigénito para que todo aquel que cree en Jesús tenga vida eterna. (Juan 3:16 NVI).

Con el “¡ABBA! ¡PADRE!” Jesús nos anuncia el rostro cariñoso de Dios que nos acoge en su seno de amor para perdonar nuestros pecados e invitarnos fraternalmente a la morada celestial.

No es un Dios de ira y castigo implacable contra los pecadores. No es un Dios que condena al infierno, sino que redime a las ovejas descarriadas.

Es el DIOS PADRE de los ejércitos que, sin lanza, espada o jabalina, nos acoge con amor y misericordia para compartir con nosotros su rostro cariñoso de ternura en la vida eterna que nos tiene preparada.

Como dice el doctor en teología, autor de varios libros y graduado en la Universidad Pontifica de Salamanca don Victorio-Araya, “es el Dios de la gracia, el perdón y la luz”.

(Los comentarios y artículos de opinión o de formación espiritual, son propios de las personas que los escriben y no necesariamente representan el pensamiento de este medio).

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