Un terremoto geopolítico acaba de golpear Oriente Próximo
THOMAS L. FRIEDMAN / El País / España /Foto: DPA VÍA EUROPA PRESS / EUROPA PRESS/
El acuerdo entre Israel y Emiratos Árabes Unidos se dejará sentir en toda la región.
Por una vez, estoy de acuerdo con el presidente Donald Trump en utilizar su adjetivo preferido: “enorme”. El acuerdo alcanzado con la mediación del Gobierno de Trump para que Emiratos Árabes Unidos normalice plenamente sus relaciones con Israel a cambio de que el Estado judío renuncie, por ahora, a la anexión de cualquier parte de Cisjordania es exactamente lo que tuiteó Trump: “Un logro ENORME”.
No es Anuar el Sadat yendo a Jerusalén; no hay nada comparable a aquella primera gran apertura entre árabes e israelíes. No es Yasir Arafat dando la mano a Isaac Rabin en el jardín de la Casa Blanca; no hay nada comparable a aquel primer momento de reconciliación pública entre israelíes y palestinos.
Pero se les parece mucho. No hay más que repasar los puntos del acuerdo para ver que es importante para todos los grandes actores de la región. Los amigos de Estados Unidos, favorables al islam moderado y partidarios de poner un fin definitivo al conflicto con Israel, son los más beneficiados; los que están en el bando proiraní, en contra de EE UU y defienden la lucha permanente de los islamistas con Israel se han quedado más aislados.
Para comprender hasta qué punto, hay que empezar por ver la dinámica del acuerdo. El plan de paz de Trump, redactado por Jared Kushner, y su empeño en aferrarse a él, han sido la materia prima del pacto.
El plan de Kushner pedía a israelíes y palestinos que firmaran la paz y establecía que Israel podría anexionarse aproximadamente el 30% de Cisjordania, donde están la mayoría de sus colonos, mientras que los palestinos podrían establecer un Estado desmilitarizado en el otro 70%, formado por retazos y algunos territorios canjeados con Israel.
Los palestinos rechazaron el plan y dijeron que era injusto. Pero el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, que había ayudado a redactar un texto que era muy favorable a su país, dijo que pensaba proseguir con la anexión antes del 1 de julio, sin aceptar la parte que rechazaban los colonos que constituyen su base política: que los palestinos crearan un Estado en el otro 70%. (Me pregunto si el embajador de Trump en Israel, David Friedman, que es extremista y amigo de los colonos, convenció a Bibi de que podía salirse con la suya).
No lo consiguió, porque Kushner, al que Egipto, Jordania y los países del Golfo habían dicho repetidamente que jamás aceptarían la anexión unilateral, paró los pies a Netanyahu y convenció a Trump de que le impidiera escoger qué partes del plan aplicar eliminando la anexión inmediata.
Eso hizo que Netanyahu perdiera apoyos entre los colonos, lo cual, cuando está enfrentándose a un juicio por corrupción y a manifestaciones diarias delante de su casa por su mala gestión de la epidemia de coronavirus, hizo que se hundiera en las encuestas.
En definitiva, Trump, Kushner, el príncipe Mohammed bin Zayed —líder de facto de Emiratos— y Netanyahu sacaron el máximo provecho posible de unos elementos poco favorables, explica Itamar Rabinovich, uno de los principales historiadores israelíes de Oriente Próximo y antiguo embajador en Washington.
“En vez de la anexión israelí a cambio de un Estado palestino, exigieron la no anexión a cambio de la paz con Emiratos Árabes Unidos (EAU)”, dice Rabinovich en una entrevista. Y añade: “Kushner sacó una baza de la nada, que Israel pudo canjear por la paz con EAU. Es paz por paz en vez de paz por territorios”.
Al parecer, el proceso comenzó en junio, cuando el embajador de Emiratos en Washington, Yousef al Otaiba, publicó una carta en hebreo, en el periódico israelí Yediot Ahronot, en la que advertía directamente que la anexión de Cisjordania perjudicaría los discretos avances que había conseguido hacer Israel con los árabes del Golfo.
Emiratos llevaba tiempo pensando en establecer relaciones diplomáticas con Israel, pero las discusiones sobre cómo impedir la anexión crearon el contexto en el que pudiera verse que obtenían algo para los palestinos a cambio de la normalización de las relaciones.
La actitud de Netanyahu al respecto es fascinante; como me dijo el escritor israelí Ari Shavit: “Netanyahu está tratando de librarse de su propio Watergate yendo a China. Es como la otra cara de Nixon”.
Lo que quería decir era que Netanyahu estaba haciendo todo lo posible para apaciguar a la extrema derecha israelí —con abalorios como la anexión— para que le apoyaran en contra del sistema judicial israelí y el fiscal general en su juicio por corrupción.
Al aceptar el acuerdo, Netanyahu, como hizo Nixon al ir a China, ha abandonado a sus aliados ideológicos naturales —los colonos que le apoyaban porque creían que iba a hacer realidad la anexión— “y eso le obligará a depender más del centro y el centro derecha de aquí en adelante”, dijo Shavit. “Quizá este acuerdo contribuya a salvar la democracia israelí al arrebatar a Bibi” el ejército de fuerzas de extrema derecha “que necesitaba para destruir al Tribunal Supremo de Israel”.
La Autoridad Palestina, presidida por Mahmud Abbas, también ha perdido algo con el acuerdo, lo que quizá le obligue a volver a la mesa de negociaciones. Le ha quitado su mayor as en la manga, la idea de que los Estados del Golfo solo normalizarían las relaciones con Israel cuando estos cumplieran las exigencias de la Autoridad con un Estado a su medida.
(Un consejo de amigo a Abbas: más vale que vuelva ahora a las negociaciones y diga que, en su opinión, el plan de Trump es un “suelo” y no un “techo” para las aspiraciones palestinas. Contará con el respaldo de Trump, los europeos y los árabes. Seguirá teniendo influencia. E Israel seguirá teniendo que negociar con él, porque su gente en Cisjordania no va a desaparecer sin más, pase lo que pase con Emiratos Árabes e Israel).
El pacto animará indudablemente a otros reinos de la zona —Baréin , Omán, Qatar, Kuwait y Arabia Saudí—, que ya tienen relaciones económicas y de espionaje con Israel, abiertas y encubiertas, a seguir los pasos de Emiratos. No querrán que Emiratos se les adelante a la hora de combinar su poder económico con la capacidad israelí en cibertecnología, tecnología agraria y tecnología sanitaria, lo que podría hacer a los dos países más fuertes y prósperos.
Del acuerdo salen otros tres grandes ganadores: 1) El rey Abdalá de Jordania. Temía que la anexión reforzara los intentos de convertir Jordania en el Estado palestino. Esa amenaza, de momento, se ha desactivado. 2) La comunidad judía de Estados Unidos. Si Israel se hubiera anexionado parte de Cisjordania, habría creado divisiones en todas las sinagogas y comunidades del país, entre los más inflexibles, partidarios de la anexión, y los más liberales, contrarios a ella. Era un desastre en potencia que se ha eludido. Y 3) Joe Biden. Si Biden sucede a Trump, no tendrá que preocuparse por una cuestión tan delicada y contará con un conjunto de aliados mucho más fuerte en la región.
Los grandes derrotados geopolíticos son Irán y todos sus representantes: Hezbolá, las milicias iraquíes, el presidente sirio Bachar el Asad, Hamás, la Yihad Islámica, los Huthi de Yemen y Turquía. Hay varios motivos para ello. Hasta ahora, Emiratos Árabes ha mantenido un delicado equilibrio entre Irán e Israel, sin querer provocar a Irán y negociando con Israel a escondidas.
Pero este acuerdo es una bofetada a los iraníes. El mensaje implícito es: “Ahora Israel está de nuestra parte, así que no nos ataques”. Es posible que el inmenso daño causado por Israel a Irán en los últimos meses mediante la aparente guerra cibernética haya dado a Emiratos más margen para llegar a este acuerdo.
Pero hay otro mensaje más profundo, de tipo psicológico. Con este pacto, Emiratos está diciendo a Irán y sus subordinados que en la región, hoy, existen dos coaliciones: la de los que quieren que el futuro entierre el pasado y la de los que quieren que el pasado siga enterrando el futuro. Emiratos ha tomado el timón de la primera y están dejando que Irán lidere la segunda.
En enero, cuando el Gobierno de Trump ordenó el asesinato de Qasem Soleimani, jefe de la Fuerza Quds, el brazo de operaciones extranjeras de la Guardia Revolucionaria Iraní, escribí un artículo en el que decía que Estados Unidos acababa de ejecutar “al hombre más estúpido de Irán”.
¿Por qué? Porque ¿cuál era el modelo de negocios de Soleimani, que se convirtió en el modelo de negocios del Irán chií? Se trataba de contratar a árabes y otros chiíes para que lucharan contra los suníes en Irak, Líbano, Yemen y Siria, con el fin de proyectar el poder de Irán. ¿Y cuál fue el resultado? Los cuatro han acabado siendo Estados fallidos. Los clérigos que gobiernan Irán se han convertido en los mayores facilitadores del fracaso de los Estados de Oriente Próximo —incluido el suyo—, y de ahí que muchos libaneses los culpen a ellos y a Hezbolá por la pésima administración que ha desembocado en la devastadora explosión del puerto de Beirut hace unos días.
Llevo demasiado tiempo informando sobre Oriente Próximo para atreverme a escribir que “la región nunca volverá a ser la misma”. Las fuerzas del sectarismo, el tribalismo, la corrupción y el antipluralismo tienen hondas raíces allí. Pero existen otras corrientes, jóvenes hartos de que se alimenten una y otra vez el viejo juego, las viejas luchas, las viejas heridas. La semana pasada los vimos manifestándose por las calles de Beirut, exigiendo buen gobierno y la oportunidad de hacer realidad todo su potencial.
El jueves pasado, Emiratos Árabes Unidos, Israel y Estados Unidos demostraron —al menos durante un breve y resplandeciente momento— que el pasado no siempre tiene que enterrar el futuro, que el odio y las divisiones no siempre tienen que ganar.
Fue un soplo de aire fresco. Ojalá un día se convierta en un vendaval de cambio que se extienda por toda la región.
© The New York Times Company 2020 /Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.
(Los comentarios y artículos de opinión son propios de las personas que los escriben y no necesariamente representan el pensamiento de este medio).