El virus se comió mi vida
Adriana Zehbrauskas / Fotógrafa / The New York Times /
Igual que el mundo, yo me he detenido también. Y me he puesto a mirar.
El amor se comió mi paz y mi guerra. Mi día y mi noche. Mi invierno y mi verano. Se comió mi silencio, mi dolor de cabeza, mi miedo a la muerte.
La fotografía es mi manera de comprender el mundo en el que existo, habito y respiro. Es también un ejercicio de solidaridad y humildad que me enseña a verme en los demás. Es un espejo, un puente, un salvavidas.
En estos días en que la vida está detenida y nos sentimos agobiados e intranquilos, en los que los días se arrastran y se enganchan en las esquinas de la cama, en las puertas y ventanas, en los guantes de látex y en los trastes de la cocina; en estos días, la fotografía me ha enseñado a mirar hacia adentro, a reconocerme.
Este pequeño diario visual es mi intento de buscar sentido a lo que no tiene sentido: el misterio de la vida, el dolor humano. Busco el origen de mi propio dolor y miedo, la desesperación silenciada por las voces nerviosas que salen de los noticieros en la televisión.
Estas horas de letargo, tan parecidas a aquellas de las tardes de verano después de la playa. Pero no, no son la misma cosa.
Igual que la vida, yo me he detenido también. Y me he puesto a mirar. Sin prisa. Mirar hacia arriba, al cielo, a las nubes y a la luna; hacia abajo, a la tierra que me ancla, a las flores caídas, al pequeño árbol que empieza a dar su primer fruto. Y hacia adentro, a un dios cualquiera que, quién sabe, tal vez pueda salvarme.