OPINIÓN

El sentido cristiano de la navidad

De nada sirve que Cristo haya nacido en Belén, si no nace en nuestro corazón.

Carlos Araya Guillén / Articulista /

Según las Sagradas Escrituras en el Antiguo Testamento, en el libro de Isaías, hijo de Amoz, 7 siglos antes del nacimiento del Cristo, inspirado en la esperanza de las promesas mesiánicas, se declara que el Señor mismo va a dar una señal:  una virgen está en cinta y va a dar a luz un hijo al que pondrá por nombre Emanuel (Isaías 7:14). El evangelista Mateo explica que traducido significa “Dios con nosotros” (Mateo 1:23).

Dicha palabra profética se cumplió (cf Gálatas 4:4) y el hijo de Dios Jesús nació en un sencillo y humilde establo (Lucas 2:12), en Belén de Judea en la “Casa del Pan” (significado de Belén en Hebreo). 

Muchos ángeles del cielo alabaron al Altísimo cantando “Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra entre los hombres que gozan de su favor”. (Luc 2:13).

Por eso, el sentido cristiano salvífico de la  Navidad que celebra la encarnación del Hijo de Dios (Juan 1:14),  nada tiene que ver con la festividad  pagana que celebraba el Imperio Romano, en el mes de diciembre, dedicada al dios Saturno y conocida como Saturnalia.  Festejos romanos, asociados con el dios Moloch de los amonitas y el dios Cronos en la mitología griega, que se realizaban con fiestas continuas, banquetes públicos y hasta sacrificios humanos (niños).

La Navidad cristiana tiene un significado profundo, muy diferente y sobresale por la trascendencia espiritual de su sentido religioso, vivencia y renovación de fe. La esperanza en la cercanía de Dios con Nosotros (Emanuel). Es la Gracia de la salvación.

En su esencia y testimonio espiritual, la celebración de la llegada del Hijo de Dios. Es una verdadera conmemoración de paz, bendición y del amor de nuestro Dios. 

La Navidad cristiana debe ser un llamado a la conciencia para profundizar en el misterio bíblico que, nos enseña, que el verbo (Cristo) no se aferró a su igualdad con Dios, sino que renunció a lo que era suyo y tomó naturaleza de siervo, haciéndose como todos los hombres… (Filipenses 2:5-7).

Por eso, Navidad es reconocer que Jesucristo es el Señor para Gloria de Dios Padre, creencia substancial en nuestra fe cristiana.  Es Creer que el Nazareno (porque habitó en Nazaret) vino al mundo para servir y anunciar que el Reino de Dios y su justicia.

En relación con las representaciones religiosas populares de la tradición, presentes sobre el escenario del nacimiento de Jesús, aparte de su lindo sentido figurativo, no inciden ni afectan nuestras creencias en el milagro de la encarnación del verbo.  Son elementos muy propios y hasta naturales de una cultura popular.

Así, por ejemplo, la presencia de una mula y un buey en el pesebre son más fruto de una piedad franciscana de la Edad Media, que de la verdad histórica. Los muy breves relatos del evangelio sobre el nacimiento de Jesús no hablan en ninguna parte de dichos animales.

También pertenecen a la tradición que los tres visitantes se llamaban Melchor, Gaspar y Baltazar. Como se sabe, estos nombres propios aparecen por primera vez 600 años después de Cristo, en Ravena, Italia.

No eran ni magos, ni reyes, sino “sabios del Oriente” que se dedicaban al estudio de las estrellas. (Mateo 2:1).

Tampoco eran tres, pues no se sabe con certeza cuántos sabios llegaron, ni que uno de ellos fuera negro. Fue en el siglo XI que se inició la costumbre de considerar a uno de ellos de piel oscura, a raíz de un problema racial.

Otro ejemplo, en el pesebre no había luces de mil colores ni árboles de navidad bellamente adornados. Lo que la Biblia dice es que cuando el ángel se le aparece, en horas de la noche a unos humildes y sencillos pastores que cuidaban sus ovejas, “la gloria del Señor brilló alrededor de ellos…” (Lucas 2:9).

Estas representaciones navideñas, fruto de la imaginación humana, alrededor del nacimiento de Jesús en nada afectan nuestra firme creencia en el misterio de la encarnación de Dios en Jesús. Lo realmente grave y que ahoga la navidad cristiana, es su comercialización y crudo materialismo hedonista.

Drogas, sexo, licor, agresiones físicas, violencia emocional, maltrato a los ancianos y de otras formas de conductas teñidas de un profano sentimiento pagano de injusticia y maldad.

Por lo tanto, se hace necesario una actitud reverente de fe y respeto al verdadero significado de la Navidad.

El Hijo de Dios vino para llenarnos de esperanza, alegría y vida en plenitud.  

La Navidad es un tiempo, una oportunidad celestial, para que Cristo manifieste su amor y  tengamos vínculos de fraternidad y solidaridad con nuestro prójimo, como fieles creyentes e hijos de Dios.

De nada sirve que Cristo haya nacido en Belén, si no nace en nuestro corazón, si no escuchamos su voz y abrimos la puerta para que entre a nuestra casa a cenar con nosotros.  (Apocalipsis 3:20).

(Los comentarios, artículos de opinión, de testimonio o de formación espiritual, así como las informaciones que reproducimos de otros medios, sean noticias o debates, son propios de las personas que los escriben y no necesariamente representan el pensamiento de este medio).

 

 

 

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