Formación

Quemado

He estado quemado en etapas de mi ministerio. Con el tanque vacío y con agenda llena. No hay nada más agobiante que eso.

Dr. Alex Alvarado Peterson / Articulista / Foto: Fines ilustrativos /

(Parte 1)

Es alarmante la cifra de ministros que reportan fatiga, depresión y haber llegado al límite de sus fuerzas.

Durante la pandemia, el estrés ministerial llegó a niveles no vistos en décadas.Todos conocemos las consecuencias ministeriales y eclesiásticas de ese momento.

En la actualidad, las tensiones, el agotamiento y frustración, son el pan de cada día de muchos ministerios alrededor del mundo. Aunque en ocasiones el triunfalismo nos impida reconocerlo. Sin embargo, sus peligros mentales, físicos y espirituales están al acecho.

El término Burn Out, se utiliza para describir el síndrome de una persona que ha agotado sus reservas físicas, emocionales y espirituales ya que traspasó sus propios límites. Decimos entonces que está quemado.

Ejecutivos, empresarios, médicos, pastores, consejeros, amas de casa, no hay quien escape. Reconocerlo y actuar, es la forma de evitarlo o salir de eso.

El mayor problema es llegar hasta ahí y no darse cuenta, o no admitirlo por consideraciones doctrinales y de imagen.

Peor aún, no verlo en los hermanos que ayudan en el ministerio de la iglesia. Me ha tocado atender líderes y obreros que fueron víctimas del abuso espiritual por parte de sus pastores, que les exigieron más allá de sus fuerzas, traspasaron sus límites y al final se quemaron.

Algunos han tardado tres años en recuperase. Otros no lo logran del todo.            

En algunos círculos evangélicos de doctrinas triunfalistas, admitir estar deprimido, triste o sin fuerzas, equivale a estar leproso en el Antiguo Testamento. Se piensa que algo anda mal en su relación con Dios o que un demonio lo atormenta.

El profeta Jeremías estuvo deprimido y en crisis de fe. Jesús, según algunos, confesó derrota al admitir que estaba triste y en gran angustia.

David nos dejó sus salmos que incluyen todas sus alegrías, tristezas, luchas y crisis.

Aunque algunos ministros han vendido la idea de ser superhumanos, una especie nueva de semidioses, lo cierto es que el profeta Elías estuvo ahí también:

» y deseando morirse, dijo: Basta ya, oh Jehová, quítame la vida, pues no soy yo mejor que mis padres.  Y echándose debajo del enebro, se quedó dormido».

He sufrido burn out durante mi ministerio. He estado quemado. Con el tanque vacío y con agenda llena. No hay nada más agobiante que eso.

A veces nos sentimos totalmente fundidos y requerimos ayuda.

Señales de alerta

Las señales de advertencia están ahí, pero los adictos al trabajo las ignoramos. La aguja del combustible nos alerta que debemos recargar, pero insistimos en gastar la reserva.

Los síntomas inician lentamente y los normalizamos. Luego vamos entrando en un cuadro de estrés crónico y fatiga extrema, que nos debilita y pone en serios peligros nuestra labor ministerial. 

Estas situaciones van desde que la fatiga sea un debilitante espiritual, hasta cometer errores de cualquier tipo. Nunca estamos más vulnerables que cuando nos sentimos exhaustos.

Así comienza el descalabro

Todo lo que hacemos en el ministerio demanda una enorme cantidad de energía emocional, mental y espiritual. Eso produce un desgaste acumulativo. Es por eso que necesitamos etapas de «mantenimiento».

Es necesario reconocer los primeros síntomas para ayudarnos a minimizar el daño. Aunque estos varían de persona a persona y hay diferencia entre hombres y mujeres.

En general al principio se presentan estos síntomas

Poca tolerancia a la frustración: Cualquier cosa que no salió bien, o de la forma que esperábamos, representa una carga emocional, que desahogamos con los más cercanos.   

Dificultad para concentrarse: Las tareas mínimas demandan gran esfuerzo. Es casi imposible la lectura. Leemos varias veces el mismo renglón sin poder avanzar.

Nos invade el pesimismo: No vemos que las cosas vayan a mejorar. Tenemos sentimientos de apatía, tristeza y desesperanza.

Irritabilidad: Que se manifiesta en cinismo y sarcasmo.

Llanto: Al sentirnos abrumados y todo fuera de control, manifestamos llanto con más frecuencia cada vez. 

Dificultad para tomar decisiones: Lo que antes hacía con facilidad, ahora demanda más tiempo y energía. Esto lleva a posponer decisiones por pequeñas que sean. 

Sentimientos de soledad: Al borde de la depresión y sentirse solo es desgarrador.  Para esto leamos con atención al profeta Elías: «solo yo he quedado».

Cuando estamos exhaustos sentimos que nadie nos entiende.

Insomnio: La dificultad para dormir, nos anuncia que estamos al borde de la depresión y que de alguna forma vamos traspasando nuestros propios límites.

Desórdenes alimenticios:  Para algunos es comer más de la cuenta, mientras que para otros es perder el apetito. 

Discusiones maritales: Estamos con la mecha corta y cualquier chispa nos hará explotar.

De no atender esto a tiempo, algunas personas necesitarán al menos de seis meses o incluso años, para restaurar su energía inicial. Otros optan por abandonar el ministerio.

Dar, dar, dar: Como ministros de Dios, la característica de nuestra ocupación es dar. Las personas esperan algo de nosotros. Además, quieren un mejor mensaje para el domingo.

Pareciera que dimos a luz el domingo y el lunes estamos de nuevo embarazados. El domingo deseamos salir a toda prisa hacia nuestro refugio, cuando alguien necesita una larga consejería de emergencia. 

Es frecuente que nuestra contabilidad entre en desbalance. Este desequilibrio entre dar y recibir nos va a llevar sin duda al agotamiento emocional y a veces crónico, lo cual nos indicará que estamos a la puerta de una depresión.

Son muchos los ministros que andan con el tanque vacío. Funcionan a pura adrenalina. Se acostumbraron a utilizar el combustible de reserva.

Es más, desarrollan adicción a la epinefrina que su propio cuerpo les genera, ocultando su fatiga y la falta de poder espiritual. Pero tarde o temprano se tendrá que pagar esa factura.

Es probable que todos en la vida, nos hayamos sentido así en algún momento.

Síntomas de que estamos fundidos

Estar siempre cansado, con menos capacidad de concentración, intolerancia, experimentando culpa, pensamientos depresivos y desorientado, hacen que las reuniones sean un verdadero sufrimiento.

Nos ponemos sarcásticos con quiénes nos rodean, alzamos la voz, nos quejamos con regularidad.

Normalizamos la gastritis, la colitis, jaquecas y dolores de todo tipo, que resolvemos a veces con medicamentos. 

El desgaste ministerial, produce un cuadro de estrés crónico, discusiones matrimoniales, desmotivación, desesperanza, apatía, nerviosismo, insomnio, falta de energía al despertar por la mañana y como si eso fuera poco nos volvemos cínicos.

Debido a eso, nos encontramos con frecuencia pidiendo perdón por nuestras palabras precipitadas e hirientes.

Las decisiones aun pequeñas, nos demandan mucha energía. Mostramos baja eficiencia, la predicación ya no es fluida y fresca, incluso no encontramos formas de orar con tranquilidad.  Dios nos parece muy lejano.

Alerta máxima: En caso crónico y de mucho tiempo sin terapia, experimentamos episodios de pérdida de memoria. No se recuerdan rostros, nombres y acontecimientos.

No es tan extraño que ya en esta etapa mencionada, un ministro quemado busque alivio en la comida chatarra, incluso en el consumo de alcohol o pornografía, para tratar de mitigar la frustración y el dolor emocional que representa estar quemado.

El divorcio comienza a ser considerado como una salida a ese estado de estancamiento personal. El peligro de anhelar una relación que no implique compromiso, lo coloca en la entrada de la trampa mortal.

Aquí el hundimiento del barco está anunciado. No logrará salir sin ayuda.

En algunas ocasiones cuando el ministerio falla, lo sustituimos por otro, pero la iglesia siguió sin percatarse y notar los síntomas de crisis, ni velaron por la salud integral de su pastor. 

La conclusión es simple: Los siervos de Dios somos solo humanos que Dios en su gracia ha ungido. Humanos….solo humanos.

Descansar no es pecado. Hacer una pausa, no significa que eres vago o que estás descuidando el rebaño. Sin embargo, los descansos deben ser planificados como las tareas. 

Juntos en la misión

En la parte 2 de este tema, hablaremos de ¿Cómo llegamos ahí? Factores de riesgo. ¿Qué hacer? Opciones de tratamiento, etc.

Por ahora, solo les dejo las palabras de David en el Salmo 69.

“Sálvame, oh Dios. Porque las aguas han entrado hasta el alma. Estoy hundido en cieno profundo, donde no puedo hacer pie.

He venido a abismos de aguas y la corriente me ha anegado. Cansado estoy de llamar; mi garganta se ha enronquecido. Han desfallecido mis ojos esperando a mi Dios.

Pero yo a ti oraba, oh Jehová, al tiempo de tu buena voluntad. Oh Dios, por la abundancia de tu misericordia. Por la verdad de tu salvación, escúchame.

Sácame del lodo y no sea yo sumergido. Sea yo libertado de los que me aborrecen y de lo profundo de las aguas. No me anegue la corriente de las aguas, ni me trague el abismo, ni el pozo cierre sobre mí su boca.

 Respóndeme Jehová, porque benigna es tu misericordia. Mírame conforme a la multitud de tus piedades. No escondas de tu siervo tu rostro, porque estoy angustiado, apresúrate, óyeme.

Acércate a mi alma, redímela. Líbrame a causa de mis enemigos. Tú sabes mi afrenta, mi confusión y mi oprobio. Delante de ti están todos mis adversarios. El escarnio ha quebrantado mi corazón y estoy acongojado.

Esperé quien se compadeciese de mí y no lo hubo. Y consoladores, y ninguno hallé».

 (Los comentarios, artículos de opinión, de testimonio o de formación espiritual, así como las informaciones que reproducimos de otros medios, sean noticias o debates, son propios de las personas que los escriben y no necesariamente representan el pensamiento de este medio).

 

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