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La agenda evangélica se eleva al poder con Bolsonaro

Rodolfo Borges / Sao Paulo/ / El país /

Jair Bolsonaro no llevaba ni una hora como presidente electo, el domingo, cuando sorprendió a buena parte del país. En su primera aparición televisada tras la victoria, a las puertas de su casa en Río de Janeiro, el ultraderechista tomó las manos de los miembros de su equipo de campaña que le rodeaban, cerró los ojos y rezó. Nunca en las más de tres décadas de democracia de Brasil se había visto nada parecido. Pero sí en la vida de Bolsonaro, criado como católico, pero que hace poco se convirtió al credo electoralmente más rentable que existe en Brasil: el evangélico. La fe de su esposa, la tercera. En la presidencia, llevará consigo los intereses de este grupo a caballo entre ultraconservador y populista. Desde la década de los ochenta los evangélicos no han hecho más que ampliar su presencia en la política brasileña; ahora, sin embargo, aliados a la extrema derecha, acaban de ganar un poder inédito en el primer país de América Latina.

Es un cambio sin precedentes en Brasil, donde hasta ahora los evangélicos, si bien poderosos, habían sacado músculo solo para vetar leyes. Ahora, gracias al control sobre el presidente y a sus 91 parlamentarios en el Congreso —antes eran 78 de los 513 los que sintonizaban con su credo—, podrán proponer también su legislación. Tanto ellos como Bolsonaro o como Brasil se encuentran en terreno incierto. “El proceso de politizar la religión conlleva riesgos muy altos”, recuerda Roberto Dutra, profesor de la Universidad Estatal del Norte Flumiense Darcy Ribeiro.

Lo que está claro es que Bolsonaro estará obligado a gobernar pensando especialmente en ellos. “Lo que le interesa, y no solo a él sino a todos los congresistas evangélicos, es que el debate se ciña exclusivamente a lo que ellos llaman ‘ideología de género’, es decir, asuntos LGBTQI, cuestiones sobre la presencia de minorías en la sociedad… Algo a lo que la izquierda contribuye mucho, con su lenguaje de la política de identidad”, prosigue Dutra. “Si el debate no sale de ese contexto, los evangélicos lograrán un protagonismo mayor, lo que les traerá victorias como reducir la edad penal o eliminar la enseñanza de cuestiones de género”.

El voto evangélico ha sido esencial en su victoria: según una de las últimas encuestas de Datafolha, el capitán retirado empataba con su rival, Fernando Haddad, en mujeres y católicos. Fueron los hombres y los evangélicos los que le salvaron. Sin ellos, no hay Bolsonaro. Y al nuevo presidente más le vale contentarlos.

El auge de Bolsonaro se explica viendo cómo líderes cada vez más poderosos de este culto le iban prestando su apoyo. Como José Wellington Bezerra, presidente emérito de la mayor congregación evangélica de Brasil, la Assambleia de Deus, quien dijo de él: “Bolsonaro es el único candidato que habla el idioma del evangélico”. También le apoya Silas Mafaia, de la Assambleia de Deus Vitória em Cristo, quien ofició la última boda del ultraderechista, en 2013. Y el obispo Edir Macedo, líder de la Igreja Universal do Reino de Deus, que no solo pidió a sus muchos fieles que voten a Bolsonaro, sino que ha convertido su cadena de televisión, Record TV, en la casa del nuevo presidente para dar entrevistas medidas al milímetro donde nada se le rebata. Es el canal que eligió para su primera entrevista.

No todo será guerra cultural. Muchos evangélicos reniegan de la violencia, lo que obligará al presidente, capitán en la reserva, a reprimir sus impulsos más agresivos. “Si el Gobierno fuese demasiado sanguinario, y puede serlo, puede perder la popularidad de estas comunidades”, explica Amy Erica Smith, autora estadounidense que lleva meses trabajando en un libro sobre la influencia de la religión en la democracia brasileña. “Existe un movimiento evangélico minoritario pero fuerte que cree que la represión de delincuentes no es cristiana. La violencia retórica le perjudica”. E insiste: “Si se enfoca en la represión de la comunidad gay, pero no en la violencia, puede que tenga más apoyo”.

Bolsonaro ha hecho múltiples declaraciones para contentar a sus seguidores contrarios al aborto —legal en tres supuestos— y al matrimonio homosexual —legalizado por el Supremo con oposición popular—, pero no ha dicho públicamente si tiene intención de modificar esas leyes.

El apoyo evangélico es fundamental, pero no está garantizado y no es gratis. Bolsonaro deberá esforzarse en mantenerlo. “Cuando la política social, el crecimiento económico y la seguridad pública, para los que Bolsonaro no tiene solución alguna, naufraguen, el apoyo evangélico se va a hacer añicos”, pronostica el profesor Dutra. Y la solución no puede ser darles más protagonismo: “El uso de la religión como medio para triunfar en política puede desgastar mucho la imagen del nuevo presidente. No está bien visto el uso del púlpito”, remata el experto.

Bolsonaro no es el único que ha descubierto el poder de los evangélicos. Smith calcula que la popularidad de esta religión entre los políticos puede aumentar e incluso desembocar en un posible presidente evangélico dentro de poco. Para eso, todas las iglesias deberían pasar por un proceso de unión entre ellas. “Los evangélicos tienen una expresión: ‘Un hermano vota a un hermano’. Pero la realidad es otra”, explica. “Se adhirieron a los Gobiernos de Lula da Silva por la política social”, advierte Smith. “Tienen afinidad y una relación muy grande con la educación. Aprovecharon las oportunidades. Son pobres, no solo evangélicos. Tienen identidades varias de clases populares”.

 

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