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Islamización de Europa: el problema no es la fecundidad, sino la inmigración masiva y continua

La descristianización europea también desempeña un papel negativo en la asimilación de los musulmanes.

Religión en Libertad / Traducido por Helena Faccia Serrano /

A través de la inmigración masiva que afecta a Europa desde hace unas décadas, el islam ha pasado a formar parte del paisaje de la antigua «cristiandad«. ¿Qué representan los musulmanes en Europa y qué retos plantean?

Lo aborda Jean-Loup Bonnamy en el número de mayo (nº 358) de La Nef:

El islam en Europa: la situación actual

En la Edad Media, la noción de «Europa» no existía. La llamábamos la «cristiandad«. Pero la Reforma protestante, al romper definitivamente la unidad religiosa de Occidente, dejó obsoleto este concepto de «cristiandad» e hizo surgir la noción más geográfica y laica de Europa.

Sin embargo, los dos campos, católico y protestante, entre los que se dividió la antigua cristiandad y que comparten Europa, tienen en común que son cristianos y reconocen la divinidad de Cristo. Europa es, pues, la continuidad histórica del cristianismo antiguo.

Pero las cosas están cambiando debido a la creciente presencia del islam en suelo europeo. La inmigración masiva conlleva automáticamente un aumento de la proporción de población musulmana.

Actualmente, el islam es la segunda religión en muchos países europeos. Esto difumina la frontera entre el dar-al-Islam («la tierra del islam») y la Europa cristiana.

El caso de Francia

En Francia es muy difícil hacerse una idea del tamaño de la población musulmana. La cifra de 4,1 millones de musulmanes en Francia citada por el Observatoire de laïcité parece subestimada.

Más verosímiles parecen las estimaciones del Pew Research Center estadounidense, que habla de 5,6 millones. Según el encuestador y politólogo Jérôme Fourquet, que analizó los datos del INSEE [Instituto de Estadística francés], el 19% de los recién nacidos en Francia en 2019 tienen un nombre de pila árabe-musulmán.

La mayoría de los musulmanes franceses proceden de las antiguas colonias del Magreb. Pero el peso de los musulmanes procedentes del África negra (Mali, Guinea, Senegal, etc.) no deja de aumentar.

El islam francés tiene que hacer frente a la injerencia de numerosos países extranjeros (Marruecos, Argelia, Turquía, Arabia Saudí, Qatar, Irán, etc.). Sobre todo, se tiende a ignorar u ocultar el peso del «islam consular» marroquí y argelino en Francia.

Sin embargo, los gobiernos de estos dos países rivales pretenden exportar imanes, financiar mezquitas y vigilar a sus nacionales en territorio francés para tener la mayor influencia posible en el islam francés.

La voluntad de todos los ministros del Interior desde 1986, tanto de izquierdas como de derechas (Pasqua, Joxe, Chevènement, Vaillant, Sarkozy, Villepin, Valls, Darmanin…), de organizar un culto musulmán es la prueba contundente de nuestra inextirpable mentalidad galicana.

Ahora bien, la constitución de un culto musulmán afrancesado y organizado tropieza con tres obstáculos.

El primer obstáculo es el artículo 2 de la ley de 1905. Mientras las religiones sean legalmente un asunto privado, el Estado no puede realmente organizarlas.

El segundo obstáculo es que nuestros dirigentes, por costumbre histórica de un antiguo país católico, proyectan erróneamente sobre el islam la imagen del clero católico, muy organizado y jerarquizado.

Sin embargo, a nivel organizativo, el islam suní (a diferencia del chií) es anárquico y descentralizado. Cualquiera puede pretender ser imán y no existe un clero organizado, ni jerarquía, ni un equivalente del Papa. Es muy difícil encontrar un interlocutor que no sea inmediatamente cuestionado por los demás y no existe un árbitro supremo.

Tercer obstáculo: los musulmanes en Francia en 2023 son muy numerosos y algunos de ellos están ganados por un discurso islamista, no quieren un islam de Francia en diálogo con el Estado.

El problema del islam en Francia, contrariamente a lo que piensan los inquilinos de la plaza Beauvau [sede del ministerio del Interior francés], no es simplemente financiero, organizativo e institucional. Es ante todo sociológico, demográfico, cultural, político e ideológico.

Alemania y Bélgica

Se calcula que hay 5,5 millones de musulmanes en Alemania. Gran parte de ellos proceden de Turquía.

También hay muchos musulmanes de los Balcanes (bosnios, albaneses, kosovares). Sin embargo, desde 2015, la política de acogida masiva de migrantes de Angela Merkel ha tendido a reducir el peso de los turcos dentro del islam alemán en favor de los musulmanes procedentes de Afganistán, África negra u Oriente Medio (Siria, Iraq, etc.).

En Bélgica, país sin pasado colonial en tierras islámicas, hay unos 800.000 musulmanes (para un país de 11 millones de habitantes).

En Bruselas, los musulmanes representan cerca del 25% de la población de la ciudad de Tintín; tanto es así, que algunos comentaristas hablan de «Belgikistán». Aunque hay algunos argelinos, los marroquíes constituyen el grueso del islam belga.

Más concretamente, muchos musulmanes belgas proceden de la región bereber del Rif. Ahora bien, el Rif es una región sin salida al mar con tendencias autonomistas, marcada por el tráfico de drogas y la influencia del salafismo. Mientras que el islam marroquí es generalmente pacífico y está bajo el liderazgo del rey de Marruecos, el islam de la región del Rif es muy conservador y se opone frontalmente a la monarquía marroquí.

Para Pierre Vermeren, que habla de «desastre», esta importancia de la inmigración marroquí procedente del Rif explica la particularidad del islam en Bélgica. La religión de los fieles del Rif marroquí se caracteriza por una «hostilidad visceral hacia el régimen marroquí y su islam» y, en consecuencia, cae más fácilmente en el salafismo, que rompe totalmente con el islam de las autoridades marroquíes. Así, buena parte de los autores de los atentados de noviembre de 2015 en París eran belgas del Rif marroquí.

Del Reino Unido a Europa del Norte

En el Reino Unido hay unos tres millones de musulmanes. Es una cifra bastante baja en comparación con Francia. Pero también es una cifra que aumenta rápidamente.

En 1991, el número de musulmanes en el Reino Unido era de algo menos de un millón -950.000-, es decir, el 1,9% de la población británica. Esto significa que el número de musulmanes en el Reino Unido se ha triplicado en poco más de treinta años. Esto se debe a la intensidad de la inmigración. Más del 50% de los tres millones de musulmanes británicos nacieron fuera del Reino Unido.

Esta presencia musulmana en el Reino Unido procede en gran medida del subcontinente indio (musulmanes de la India, Pakistán y Bangladesh). Es más reciente la creciente presencia musulmana procedente de países del África subsahariana como Nigeria, Sudán y Somalia.

España tiene dos millones de musulmanes, la inmensa mayoría procedentes del vecino Marruecos.

Los países nórdicos han experimentado una fuerte oleada de inmigración musulmana en los últimos treinta años. En Dinamarca hay 300.000 musulmanes. En la actualidad, Dinamarca aplica una política muy estricta en materia de inmigración, asimilación y rechazo del separatismo.

En Suecia hay un millón de musulmanes, es decir, el 10% de la población, procedentes principalmente de los Balcanes y Oriente Próximo. Hace cuarenta años, aparte de unos pocos tártaros de origen ruso, el islam era inexistente en Suecia. Tras décadas de laxismo, en 2022 Suecia dio un giro de 180 grados y ahora se inspira en el modelo danés.

Difícil integración de los musulmanes

Hasta aquí el panorama demográfico. Desmontemos un mito: los musulmanes nacidos en Europa (la llamada «segunda generación» de inmigrantes) no tienen más hijos que los europeos no musulmanes.

Por supuesto, estadísticamente, una familia de malienses que llega a Francia («primera generación») tendrá a menudo una tasa de fecundidad superior a la de los franceses nativos. Pero sus hijos, nacidos en Francia, verán cómo su propia tasa de fecundidad se desploma y converge con la de la población no musulmana. Lo mismo ocurre con todas las poblaciones musulmanas asentadas en Europa.

Así, muchos franceses de origen magrebí nacidos en Francia en los años 60, 70 y 80 tenían cinco, diez o incluso quince hermanos.

Hoy, cuando tienen edad para ser padres, suelen tener tres, dos, uno o incluso ningún hijo. Igual que sus compatriotas no musulmanes. El crecimiento demográfico del islam en Europa se debe, pues, a un flujo continuo de inmigrantes. Un freno a la inmigración implicaría, por tanto, un estancamiento demográfico del islam a largo plazo. No un descenso, pero sí al menos el fin de su crecimiento exponencial.

Además, varios fenómenos complican la integración de las poblaciones musulmanas en Europa.

En primer lugar, subrayemos el peso de la desindustrialización. En efecto, algunos países europeos, como Francia y el Reino Unido, han visto hundirse su base productiva.

La industria desempeñó un papel central en la integración de los inmigrantes, mientras que la desindustrialización dificulta la integración de las personas de origen inmigrante al condenarlas al paro (o a empleos de servicios devaluados); además, al cerrar las fábricas, se acaba con lo que era un lugar de encuentro entre las clases trabajadoras blancas y los inmigrantes. La desindustrialización convierte al trabajador blanco en paro en una figura repulsiva, mientras que antes, al contrario, era una figura de referencia cuando trabajaba en la fábrica o en la mina.

En segundo lugar, la descristianización europea también desempeña un papel negativo en la asimilación de los musulmanes. A una Europa orgullosa de sus valores y raíces cristianas le resultaría más fácil integrar el islam que a la Europa en crisis espiritual y moral que conocemos hoy.

A continuación, hay que destacar las consecuencias del proceso de reislamización. Desde la década de 1970, el mundo musulmán ha experimentado un intenso proceso de reislamización, dirigido por movimientos islamistas de todas las tendencias. El uso del velo ha aumentado, las mezquitas han brotado como setas, los viejos líderes nacionalistas laicos han sido sustituidos por jóvenes islamistas. Nasser ha dejado paso a Bin Laden.

Pero este movimiento de reislamización también ha afectado a las poblaciones musulmanas de Europa. Para los jóvenes «moros» de los años 80, el islam parecía anticuado. Casi ninguna joven llevaba velo. Durante la «Marche des Beurs« [«marcha de los moros»] de 1983, solo un manifestante afirmó ser musulmán.

Un periódico dirigido a los inmigrantes le dedicó un artículo titulado Un ovni entre los ‘beurs’, señal de que en aquella época tal afirmación parecía completamente incongruente. En aquella época, los islamistas consideraban que la juventud musulmana de Europa estaba perdida para la causa islamista.

Sin embargo, más tarde las cosas cambiaron, la reislamización afectó también a los musulmanes europeos. En 1989, en Creil, estalló el primer caso de velo islámico en una escuela francesa.

Un signo de esta evolución es el cambio de nombre de la UOIF: llamada Unión de las Organizaciones Islámicas en Francia de 1983 a 1989, la organización pasó a llamarse Unión de las Organizaciones islámicas de Francia de 1989 a 2017 y luego Musulmanes de Francia a partir de 2017. En 2023, el islam ocupa un lugar mucho más importante en el imaginario de los jóvenes musulmanes europeos.

Por último, el desconocimiento del islam por parte de los medios de comunicación y la clase política complica aún más las cosas. En los países musulmanes, los gobiernos saben cómo manejar el islam.

Esto queda bien ilustrado en la película Conspiración en El Cairo (2022), donde vemos cómo el gobierno egipcio impulsa en secreto a su candidato para dirigir la mezquita de Al-Azhar. Estos gobiernos no se dejan engañar por los islamistas. Por el contrario, los gobiernos europeos son desconcertantemente ingenuos.

A la luz de estos elementos, parece evidente que la solución al problema del islam en Europa pasa ante todo por nuestra propia recuperación intelectual y moral.

 

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