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La Marea Verde de la Argentina recorrerá toda América Latina

El movimiento feminista corrió los límites del sistema político argentino. Su apuesta por la movilización puede ser una inspiración para el continente, una de las regiones más peligrosas para ser mujer.

Por Estefanía Pozzo / The New York times / La autora es periodista argentina.

El presidente de la Argentina, Alberto Fernández, inauguró el año legislativo con un anuncio inédito en nuestra historia: en los próximos días enviará al congreso un proyecto de ley para legalizar el aborto.

Desde su campaña, Fernández anunció que estaba a favor de la interrupción voluntaria del embarazo, pero ahora, como presidente, sus palabras cobraron una importancia mayor: es el primer mandatario de este país al sur de América Latina —una de las regiones del mundo más peligrosas para ser mujer— en impulsar una ley que durante décadas ha sido un tema tabú en la política y en buena parte de la sociedad. Lo que todavía está relegado a la clandestinidad, con enormes riesgos para la vida de las mujeres, ahora se volverá a discutir en el congreso y es una de las prioridades del nuevo gobierno.

Así que ahora estamos en este momento: el presidente de un país con una Iglesia católica influyente y una sociedad con algunos sectores conservadores está a favor de la legalización del aborto.

Es una victoria del incansable activismo feminista argentino. Y ya que estamos cerca de una conquista legal indiscutible, es también momento de que el resto de la región tome nota de lo que hemos aprendido en las últimas tres décadas de movilización, protesta y debates públicos.

Estar en la calle es una apuesta política. En la Argentina hemos entendido que salir y marchar y exigirles a nuestros políticos ha logrado que un jefe de Estado tenga en su agenda pasar una ley que permita la interrupción del embarazo en todas las circunstancias.

Esa misma apuesta de presión social puede servir para el resto de América Latina, en donde hay países —como El Salvador, Honduras, Nicaragua y Haití— que prohíben el aborto en cualquier caso y hay mujeres en prisión por tener abortos espontáneos. Al día siguiente del discurso de Fernández, la Corte Constitucional de Colombia dictaminó en contra de legalizar el aborto en todas sus circunstancias. Falta mucho por hacer en nuestro continente.

Todavía recuerdo las clases de educación sexual que nos daba un sacerdote en la escuela católica a la que fui: nos pasaban escenas de fetos despedazados como argumento principal de adoctrinamiento. Una verdadera usina de mentiras sin base científica, verdades incompletas y terrorismo argumental para sentar las bases de una postura irracional en contra del derecho a decir sobre nuestros cuerpos. Mientras tanto, desde mediados de los años ochenta, 3030 mujeres han muerto como consecuencia de la clandestinidad del aborto.

Ya era hora de que un mandatario tomara cartas en asunto.

“En el siglo XXI toda sociedad necesita respetar la decisión individual de sus miembros a disponer libremente de sus cuerpos”, dijo Fernández el primero de marzo. Debo de confesar que lloré de la emoción. Cuando el presidente decía esto, pensaba en las protestas de 2015 de Ni Una Menos y en los miles de manifestantes que, como yo, salimos a las calles en 2018 para exigir nuestros derechos. He visto cómo a fuerza de marchas y de la decisión de alzar la voz colectivamente, el aborto salió de la clandestinidad y se instauró en la agenda pública. El movimiento feminista corrió los límites del sistema político argentino y de lo que se discute en la esfera pública.

Después de tantos casos graves, como el de una niña de once años que fue forzada a dar a luz, desilusiones y frustraciones colectivas, ahora estamos cerca de que la decisión de las mujeres de abortar sea legal. Nuestras gargantas quedarán lastimadas, raspadas y ásperas por el grito de la victoria. Pero eso no implica que el movimiento debe extinguirse: tenemos que seguir firmes y activas. No podemos dejar las calles ni dejar de decirles a nuestros representantes que queremos igualdad y políticas incluyentes.

Eso lo hemos aprendido por nuestra historia. La militancia feminista no comenzó con Ni Una Menos. En los años ochenta se creó la Comisión por el Derecho al Aborto, que luego tomó una dimensión federal con la Campaña Nacional por el Aborto Legal Seguro y Gratuito y activó a las Lesbianas y Feministas con la divulgación del uso del misoprostol, un medicamento usado para interrumpir el embarazo.

Por décadas ese reclamo fue ignorado por el sistema político y el tema también era invisible en muchos espacios públicos. Ahora muchos políticos, entre ellos el presidente, consideran crucial garantizar las decisiones de las personas con capacidad de gestar como una cuestión de salud pública —se ha probado que la legalización disminuye las muertes maternas— pero también como un tema de derecho político.

Hay optimismo, pero aún falta camino por recorrer y no podemos darnos el lujo de solo esperar lo mejor.

La contraparte de la Marea Verde también se está moviendo. La primera demostración de fuerzas está planificada para el 8 de marzo, el Día Internacional de la Mujer: la Iglesia católica convocó a una concentración en la localidad de Luján “para expresar la defensa de la vida”. ¿Cuándo aprenderemos que ser creyente no va en contra de respetar un marco legal que permita la posibilidad de abortar, por salud, por el contexto, por voluntad?

También hay obstáculos políticos. A pesar del impulso del presidente, todavía tenemos que hacer cálculos sobre la cantidad necesaria de diputados y senadores que se requieren para que la iniciativa se convierta en ley. En 2018, cuando se debatió por primera vez el aborto en el congreso, el proyecto se aprobó en Diputados pero fue rechazado en el Senado.

Ahora algunos análisis dan cuenta de un escenario similar: habrá más resistencia en el Senado. El diario Clarín reveló que, de los 72 senadores, 33 podrían votar a favor de la legalización del aborto, 33 están en contra y seis siguen indefinidos o no se conoce públicamente su posición.

Pero hay un cambio fundamental en el Senado respecto de 2018: hace dos años, Gabriela Michetti, la entonces vicepresidenta de Argentina, fue una de las más activas militantes en contra del aborto. Hoy la vicepresidenta del país es la expresidenta Cristina Fernández de Kirchner, encargada de presidir esa cámara, quien cambió de opinión en 2018 y está abiertamente a favor de la ley por el aborto legal y seguro.

La Marea Verde está a la expectativa. Siguen días de activismo y esperanza. Pero debemos recordar que el horizonte es local y regional. Si todo sale como esperamos y se despenaliza el aborto, la región podría tomar inspiración en las feministas argentinas.

En nuestra parte del mundo no puede haber mujeres en riesgo de perder la vida, la salud o la libertad por restricciones a nuestra capacidad de decidir sobre nuestros cuerpos. América Latina va a ser toda feminista.

Estefanía Pozzo (@estipozzo) es periodista.

 

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