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Tomás Mackey: “Que la Iglesia haya abandonado espacios de misión en la sociedad y en la cultura es una victoria del secularismo”

El presidente de la Alianza Mundial Bautista cree que la Iglesia debe hacerse cargo de su historia y reparar sus errores para no quedar atrapada en el pasado y recuperar así su protagonismo y relevancia.

Tomás MacKey el pasado sábado, en el Centenario de la UEBE / Foto: Actualidad Evangélica.

Fuente: Actualidad Evangélica / Jorge Fernández / España /

Tomás MacKey, pastor de la Iglesia Bautista de Once (Buenos Aires) por más de tres décadas, es el presidente de la Alianza Mundial Bautista (AMB) desde el pasado 23 de julio de 2020. Es el primer argentino en estar al frente de la AMB y sucedió en el cargo, para un mandato de cinco años, al pastor Paul Msiza, de Sudáfrica.

La Alianza Mundial Bautista, fundada en 1905, es una comunidad de 240 convenciones y uniones en 125 países y territorios que comprenden 47 millones de creyentes bautizados en 169.000 iglesias.

MacKey fue uno de los oradores principales en el Centenario de la UEBE el pasado sábado 27 de agosto, ocasión en que Actualidad Evangélica pudo hacerle esta entrevista.

P: Tenemos ahora mismo un Papa argentino, un Presidente de la Alianza Mundial Bautista argentino… ¿tendrán razón quienes afirman que “Dios es argentino”?

R: ¡Nooo! (Ríe)… Dios no tiene fronteras como nosotros tenemos. Dios es Dios en todo el mundo, e incluso atraviesa fronteras políticas y culturales. Él es el Señor de la vida. Así que, el hecho de que coincida que haya funcionarios, en un momento dado, de algunas organizaciones humanas, que seamos de un determinado país, es anecdótico, absolutamente.

P: Es anecdótico pero, en todo caso, ¿no cree que pueda haber algún elemento coyuntural? ¿que el extraordinario crecimiento de las iglesias cristianas en el hemisferio sur (lo contrario a lo que ocurre en el hemisferio norte) tenga algo que ver con que líderes eclesiales del sur empiecen a asumir liderazgos internacionales que antes parecían prerrogativas propias de europeos y anglosajones?

R: Está claro que hay algunas regiones en el mundo donde hoy están creciendo las iglesias -numéricamente hablando, por lo menos-. Por ejemplo, en América Latina. Eso es verdad. Y que en otros lugares, como Europa, ahora mismo haya un decrecimiento. Esto es un motivo de oración, también, en ambos casos. Donde hay crecimiento, para que ese crecimiento sea maduro, sea sólido, sea continuado… y sea integral, también; no solamente de miembros sino sobre todo de discípulos del Señor. Y que en aquellos lugares donde hay un decrecimiento, podamos entender qué razones están llevando a eso y orar para que la Iglesia vuelva a tomar protagonismo. Que incluya más personas, pero sobre todo personas con mayor dedicación al servicio del Señor. Porque a veces lo numérico no es lo más importante, sino la madurez. Pero por supuesto, el crecimiento numérico también es un factor a tener en cuenta.

P: Como argentino seguro que le suena el tango que dice “sentir que veinte años no es nada”. Hoy estamos celebrando el Centenario de la UEBE y… Cien años sí son algo, ¿no?

R: ¡Así es! Yo creo que hacer un alto para recordar la historia significa un aprendizaje importantísimo. Los pueblos que no reconocen su historia, que no ven su historia, repiten sus errores. Esa es una de las cosas útiles, de saber que uno es capaz de mirar su historia -como la UEBE está haciendo hoy- y aprender de ella. ¿Qué cosas buenas merecen consideración? ¿Qué cosas malas hay que corregir? ¿Qué cosas están anticipando este presente, para afrontarlo con más sabiduría? ¿Qué elementos hay que nos indiquen qué cosas hay que variar para ser más pertinentes?…

P: Mirar atrás, no para dormirse en los laureles sino para avanzar con más sabiduría, ¿no?

R: Exacto. Es importante y necesario celebrar. Pero también hay que ver… incluso aquellas cosas de ese pasado por las que uno quizás tiene que pedir disculpas. Y nunca quedarnos atrapados en el pasado. La historia continúa. Y la mejor forma de reparar el pasado es superarlo.

P: Desde ese punto de vista, ¿qué les diría a aquellas iglesias o liderazgos eclesiales que niegan su historia y pretenden establecer sus orígenes exclusivamente en la Iglesia primitiva, como si dos mil años de historia no tuvieran nada que ver con ellos?

R: Uno de los valores que tiene la historia es que nos da identidad. Hacernos sentir que somos todos una familia y que nos hacemos cargo del pasado. Esto es… somos responsables de nuestro pasado. La Iglesia es una de las pocas instituciones, sino la única en el mundo, que se hace responsable de siglos de su historia. O sea, un cristiano de hoy es miembro de la misma Iglesia, que es una, que es la Iglesia del Señor. Igual en el siglo IV, en el sigo XVI o en el siglo que le toque vivir, el cristiano forma parte de un mismo cuerpo. Y eso es importante. Reconoce que tiene una doctrina común, un valor común, un Señor, a quien confesamos… que sigue siendo la Iglesia de Jesús.

P: “Somos responsables de nuestro pasado”. Al respecto, quería preguntarle por unas resoluciones aprobadas por la última reunión anual de la Alianza Bautista Mundial en Birmingham, Alabama (Julio 2022), dirigidas a reparar los males de la esclavitud y de la discriminación racial…

R: Cuando los pueblos maduran, y quieren hacerse cargo y pedir perdón por sus errores pasados, uno de esos errores que aparecen es el racismo, la violencia, la discriminación… Y el hecho de que en todas esas historias hubo cristianos, con mayor o menor responsabilidad, no lo podemos ignorar. Formaban parte de nuestras comunidades. Entonces, hay momentos cuando uno se hace cargo de esos errores y trata de enmendar o reparar…

Es un asunto complejo y difícil porque es cierto que muchos contemporáneos no tienen una responsabilidad directa con esos hechos -ni habían nacido, siquiera- de manera que no hay una participación directa. Pero la participación viene de que sentimos que somos una familia a lo largo de la historia. Aquella era la Iglesia de Cristo, una Iglesia que nos dejó una historia [con aciertos y errores]. Por eso, lo que uno trata es de pedir perdón y de, en lo que esté en nuestras manos, hacer bien a los afectados [o a sus descendientes] de aquellos errores. Porque, si solo pedimos perdón para beneficio nuestro… nos parece que eso no tiene ningún sentido. Entonces, eso demanda mucha inteligencia espiritual porque, como digo, tiene más que ver con el que ha sufrido que con el que actuó o provocó esa situación.

Y en el caso del que provocó aquello, lo importante es que tiene que haber una conversión… un cambio de mentalidad. No solo tiene que decirse “nunca más”, sino que, “vamos a reparar”.  No es que decimos “perdón” y, ya está, sino que actuamos de manera diferente para que esta familia [la Iglesia] pueda hoy ser integradora, acogedora… una Iglesia que sostiene derechos, que sostiene la libertad, que fomenta la solidaridad, etc.

P: En definitiva, esa es la naturaleza misma del arrepentimiento auténtico, ¿no? Que no es simple remordimiento, sino que busca restaurar el daño, reparar y cambiar completamente el modo de pensar y de actuar…

R: Exactamente. Y tiene que ver con personas, y tiene que ver con instituciones, con sociedades y culturas… Aunque, el gran poder y el gran cambio vienen desde adentro; porque tiene que ver con cambiar los pensamientos, cambiar las emociones, cambiar la voluntad; porque desde allí se construyen las conductas.  Las conductas tienen que ver con el exterior, pero sobre todo tienen que ver con una manera de concebir las relaciones interpersonales. Las sociedades libres -sociedades que verdaderamente se perdonen- y las grandes transformaciones… tienen que venir desde adentro, siempre. Si no, aunque se hagan cosas buenas, esas cosas tienen que ver con el exterior, no con que hayan cambiado nuestro carácter y nuestra manera de ser.

P: Habrá quien piense, con la mejor intención, que la mejor forma de superar el pasado es que la iglesia pase página y se centre únicamente en la evangelización y las misiones. Pero, ¿no es esto que estamos hablando un asunto importante para el progreso de la evangelización y de las misiones?

R: Es que, yo no separaría las cosas de ese modo. Lo que llamamos un proceso de redención o de salvación, es un proceso integral, que tiene que ver con una progresión eterna, pero que tiene que ver también con una calidad de vida. De tal manera que, es una vida que crece, que es de otra calidad, de otra consistencia; en donde se incluye la justicia, en donde se incluye el derecho, el respeto al otro… la solidaridad y la valoración del otro, en donde podemos construir con el otro, el nosotros, derribando estigmas… Incluyendo realidades comunitarias en donde podemos ser un pueblo a pesar de nuestras diferencias…

Soy consciente de que eso es más fácil decirlo que lograrlo, pero bueno, hay que poder concebirlo primero. Es decir, que somos diferentes y podemos reconocer las diferencias, y discernir cuando estamos en una unidad. Si no, somos un conjunto de individuos egoístas, en el que cada uno tiene su bandera y la unidad no es posible. En cambio, si aceptamos nuestras diferencias, es para que nos construyan, es para que nos hagan mejores, un pueblo justo, solidario, amoroso, santo. De lo contrario somos un grupo de especies diferentes que están en un mismo lugar pero que no tienen unidad ni conforman una identidad. ¿Se entiende lo que digo? Por eso es que nuestro énfasis no está en la diversidad y el pluralismo, sino en la unidad y la identidad.

P: En su intervención esta mañana, mencionó el reto del secularismo. El Señor afirmó que “las puertas del Hades” no prevalecerían contra su Iglesia… pero en los días que corren, en ciertos círculos eclesiales, parece haberse instalado un contagioso pesimismo respecto al avance implacable del secularismo…

R: Son necesarias algunas aclaraciones. La propia Biblia a veces hace un trabajo muy interesante para “desdivinizar” todo objeto, toda institución, que pretenda divinizarse. Eso es claro en la Biblia, es decir, si el rey o el faraón pretendían ser “dios”, si se atribuían poderes que no les correspondían, la Biblia actuaba secularizando.

Secularizar es volver algo a su condición de “siglo”, de “mundo”, de valor creado, no de valor absoluto, sino de valor relativo. No en un mal sentido, sino en un sentido de algo dependiente de su Creador.  Por eso es que hay ciertos aspectos que, aún en la sociedad de hoy día, conviene que se secularicen. De modo que nadie ni nada pretenda ocupar el lugar de Dios. Eso es positivo.

Lo grave es cuando, a pesar de eso, ciertas ideologías, ciertas maneras de pensar, pretenden atribuirse un valor sagrado y hacer lo que solo le corresponde a Dios. Tomando, por ejemplo, valores absolutos, categóricos, pretendiendo influir en la conducta individual y social de las personas como si fueran Dios. Sin serlo, pero atribuyéndose incluso con una cierta dependencia del pueblo que acepta eso, un sometimiento ideológico. Eso es lo grave. Y con, no se si la complicidad directa, pero sí un escaso protagonismo de la propia Iglesia que, de alguna manera, va incorporando esos nuevos valores, esas maneras de ser, esas prioridades… O no dándose cuenta, o “hibridizando” -mezclando, digamos- haciendo muy poco consistente su mensaje. Quiero decir, relativizando sus propias verdades, que toma del Evangelio, pero que las interpreta de una manera poco consistente…

P: Como sal que pierde su sabor…

R: Exactamente. Entonces, es una fuerza que ya no tiene tanta fuerza. No desafía en el nombre de Dios a mi realidad de conducta. Acepta patrones de vida o de conducta que no son dignos del amor del Señor, no son dignos de la justicia del Señor, dignos de la santidad de Dios… No disfrutan del fruto del Espíritu… De manera que, no tienen el vigor que tiene que tener una conducta movilizada, transformada, sanada, hecha de nuevo por el poder del Espíritu Santo. Entonces, aunque reciba el nombre de Iglesia… tiene poco de Iglesia, es más una iglesia culturalizada, diluida en los valores nuevos de la cultura. Una cultura es algo bueno, formamos parte de una cultura, pero la cosa es saber «quién es Dios» en esa cultura.

P: Iglesias sin fuerza, culturalizadas… y en el otro extremo, iglesias aisladas en su burbuja, igualmente irrelevantes para impactar la cultura…

R: Sí, hay también iglesias que han hecho una concesión al mundo que consiste en retirarse de allí; de abandonar su influencia. Que piensan, “bueno, eso a mí no me corresponde, yo predico esto, yo me sé esto…y no me involucro en la transformación. Eso lo tienen que hacer los políticos, lo tienen que hacer los filósofos, lo tienen que hacer no sé quiénes, pero no la Iglesia…”. Parecen creer que el Evangelio no es un mensaje para el hoy, para el aquí, para este tiempo…

En alguna medida esto es una victoria del secularismo; hacer retirar a la Iglesia de su espacio de misión. Y la verdad es que el espacio de misión de la Iglesia es el mundo adonde Cristo vino, y en donde Cristo se encarna. Por supuesto que hay un valor trascendente, hay un valor de más allá, que no se niega. Pero hay un valor de más acá, que tiene que ver con la intercesión de Jesús, que tiene que ver con casi todo el Evangelio, porque casi todas las propuestas de Cristo para vivir tienen que ver con el vivir acá. Poner la otra mejilla, ser solidario con las personas que sufren, amar al prójimo, tiene que ver con cosas que hacemos en este tiempo.

Aunque la Iglesia se reconozca en tránsito, ese tránsito no es poca cosa. Tiene mucho valor. La Iglesia no debe considerarse a sí misma -otra vez- una entidad que reemplace a Dios. La Iglesia es una entidad de servicio a la misión de Dios. Nosotros somos discípulos, nada más. ¡Pero ese “nada más” es mucho! Tratamos de ser como nuestro Maestro, y nos entrenamos para vivir como viviría Jesús hoy.

Por eso, la pregunta que debemos hacernos es: “Si Jesús fuera yo, en esta situación, ¿qué diría? ¿cómo actuaría?”. Tú y yo debemos poder encarnar esa actuación de Jesús hoy. Y él tiene que poder usarme como canal suyo. Que cuando él anuncia la libertad, él pueda usarme. Que cuando él quiera manifestar su amor, yo ame a quien él quiera que ame. Cuando él quiera expresar su justicia, su solidaridad, abrazar al pobre… pueda hacerlo a través de nuestro abrazo.

P: Amén. Que así sea. Y muchas gracias.

R: No hay de qué. Gracias a vos.

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