Nacionales

Repensando el proyecto evangélico costarricense

 Dr. Guillermo Flores García—Profesor de teología y liderazgo. kp8115f@gmail.com

-Lecciones y oportunidades a partir de las pasadas elecciones nacionales-

En el pasado proceso electoral, circuló cierta información tendenciosa a nivel nacional en el sentido que los evangélicos somos una masa de “panderetas”, dirigidos por ciertos personajes llamados “apóstoles”, insultadores de la virgen María, anti-derechos humanos y sin pensamiento ni proyecto claro para la construcción de la Costa Rica del presente y del futuro. Pero, ¿Somos eso los evangélicos costarricenses? ¿Qué impacto podría tener esta caricatura para nuestra evangelización o para iniciativas futuras de elección nacional?

Las dos tesis que deseo avanzar en este artículo son que (a) las recientes elecciones nacionales pusieron en evidencia el cambio dramático en el pensamiento político y moral de la sociedad costarricense y que (b) frente a esto urge un repensamiento del proyecto evangélico costarricense para que se convierta en un movimiento bíblicamente fundamentado y culturalmente relevante.

Desde el punto de vista numérico el partido del candidato evangélico obtuvo alrededor de 850.000 votos. Esto es algo positivo si se toma en cuenta que es el primer candidato con esta persuasión de fe que se lanza con proyección nacional. Esto hace pensar que hacia el futuro (2022) con buenas alianzas, con un discurso social repensado y con mayor madurez política, un partido que integre valores de la fe evangélica podría tener buenas posibilidades de poner un/a presidente/a para bien del país.

En esta coyuntura, mi propuesta general es que el proyecto evangélico costarricense debe ser repensado desde bases bíblicas y a la luz de la relación entre la fe con la cultura contemporánea. Hay algunas áreas de la vida de fe en la cual los evangélicos, podemos decir, hacemos un buen o aceptable trabajo.

Somos buenos en alabanza y adoración, en la oración, en el evangelismo, en actualizar nuestra música, en tratar temas familiares y de bienestar emocional y material relevantes a las necesidades de nuestro público, en la defensa de la vida, defensa del matrimonio entre hombre y mujer y en utilizar los medios de comunicación evangélicos. Pero hay otros aspectos bíblicos, teológicos, culturales y de temas nacionales donde necesitamos madurar. Es urgente crear las instancias que permitan a la Iglesia Evangélica repensarse y reinventarse a si misma.

La lista parcial de temas en los que como evangélicos necesitamos repensamiento y redefiniciones son los siguientes: cuidado de la creación y medio ambiente, moral cristiana y derechos humanos, cómo ser evangélicos en una cultura secular y pluralista, justicia social y producción de riqueza material, fe y ciencia, la relación con la Iglesia Católica y otros grupos religiosos costarricenses, el uso del título apóstol para algunos de los líderes evangélicos, y los medios masivos de comunicación.

Necesitamos discernimiento, repensamiento y reeducación sobre estos temas, de lo contrario nos vamos a auto-desautorizar y auto-debilitar con discursos y aspectos de liderazgo que ya no son apropiados ni bíblica ni culturalmente hoy.

Creo que estamos correctos en la defensa de la vida, en la defensa del matrimonio entre hombre y mujer, y en la defensa de valores morales sanos. Lo que necesitamos repensar es cómo defendemos estos valores dentro de una sociedad secular, pluralista y relativista que no piensa igual a nosotros  y también, cómo protegemos estos principios morales cuando, al mismo tiempo, algunos creemos que debemos defender los derechos de los otros/as aunque difieran radicalmente de los nuestros.

En esta iniciativa de repensarnos y de reimaginar el proyecto evangélico costarricense se hace necesaria una conversación asertiva intramuros. Sugiero que esta conversación debe tomar en consideración aspectos como los siguientes. Primero, movernos de ser un grupo defensivo y reaccionario hacia un movimiento propositivo y creador de alternativas viables para la sociedad costarricense. No solamente ser un grupo anti esto o aquello, sino qué proponemos y qué soluciones aportamos en el diálogo de la agenda nacional.

Segundo, entender que la cultura contemporánea ha cambiado y que los temas que hoy retan a las nuevas generaciones son el medio ambiente, cómo convivir en paz en una sociedad secular y pluralista, derechos humanos, progreso tecnológico y científico y entretenimiento. Esto no quiere decir que tenemos que abrazar todo el discurso de la cultura contemporánea, pero sí quiere decir que debemos hacer un esfuerzo intencional por entenderla, por unirnos en agendas que son de interés común y por cuestionarla y de construirla cuando ello sea necesario. Una apertura de “diálogo profético” es recomendable.

Tercero, dialogar sobre los roles que le damos al título “apóstol”. Este artículo asume que hay tal cosa como un llamado apostólico hoy, pero creo que necesitamos moderar y ajustar ese estilo de liderazgo cristiano contemporáneo. Debido al hecho que los “apóstoles” nacionales son quienes tienen más protagonismo visible en los medios de comunicación y la opinión pública imagina que todos los evangélicos tenemos ese mismo estilo.

Como evangélicos tenemos el deber y el derecho de conversar con ellos en una forma pastoral y fraternal para aportarles discernimiento y sabiduría. La idea no es amellarles el filo de la unción apostólica, sino ofrecerles perspectivas.

Cuarto, entender el cambio generacional y las etapas en la vida de la Iglesia Evangélica costarricense. Entre 1890 a 1940 podemos decir que fueron las décadas de establecimiento en suelo patrio. Entre 1940 a 1975 sería la consolidación de nuestro movimiento. Entre 1975 al 2000 sería la etapa de explosión y de protagonismo público. Parece que en las últimas dos décadas el movimiento evangélico ha crecido, pero muestra al mismo tiempo cierta tendencia al estancamiento y al desgaste.

Con todo, ahora somos un grupo reconocido y posicionado dentro de la cultura nacional. Y esto tenemos que entenderlo. Ya no estamos para aquellos discursos anticatólicos, anti-cultura ni anti-ciencia. Necesitamos cambiar esa mentalidad. Necesitamos formar hijas e hijos de nuestras iglesias en las mejores universidades que puedan articular pensamiento político y social superior a como lo hace el promedio de los intelectuales costarricenses. Entendamos que ya debemos superar los zigzagueos de la adolescencia. Somos un movimiento maduro y la sociedad nacional espera de nosotros esa sabiduría y madurez. No estamos para ser una secta oscurantista y a la defensiva.

Quinto, necesitamos repensar la misión de la iglesia para el siglo veintiuno. En mi disertación doctoral dediqué un capítulo entero a articular una nueva propuesta de misión que sea bíblicamente basada para el mundo de hoy. Por esto creo que es urgente un replanteamiento de lo que es la misión divina para nuestro tiempo. De lo contrario, vamos a estar predicando para un mundo que ya no existe y contestando preguntas que la sociedad ya no tiene. El evangelio es el mismo en todo tiempo, pero la forma y ciertos énfasis deberían ser ajustados.

Estas conversaciones orientan mi reflexión hacia otro aspecto a considerar en el esfuerzo de reimaginar el programa evangélico en nuestro país. Tengo la impresión que la Iglesia Evangélica costarricense muestra señales de desgaste y cierta fatiga en su discurso, en su evangelización, en sus énfasis, en su imagen pública y en el perfil del prototipo evangélico que ha internalizado la sociedad costarricense (se sigue pensando que somos “panderetas”). Esto puede significar dos cosas: pérdida nacional de confianza y credibilidad en la institución llamada Iglesia Evangélica y desgaste de su discurso que no apela a ciertos sectores de la sociedad—sectores intelectuales que son quienes forman opinión pública.

Esto nos conecta con algunos aspectos de la sociología de la religión. Esta disciplina nos dice que un movimiento religioso pierde fuerza cuando (a) hay desconfianza en la religión organizada, (b) cuando el discurso o la oferta dejó de ser atractiva para las masas y (c) cuando la narrativa religiosa dejó de ofrecer soluciones alternativas a los dilemas humanos contemporáneos.

En esta conexión, el movimiento evangélico ofreció una buena alternativa en una era cuando la culpa era parte de la conciencia de todos/as. Perdón de pecados era la solución. En las décadas más recientes, el miedo, las relaciones, la ansiedad, la soledad y depresión han sido retos del mundo occidental. Ante esto, el mensaje de vida victoriosa y sanidad interior ofrecieron alternativas atractivas.

Frente al reto de la pobreza, el mensaje de prosperidad fue abrazado por importantes sectores de la población. Entendidos correctamente, todos estos temas tienen su lugar. Sin embargo, la generación milenial (nacidos entre 1980 al 2000) y la generación contemporánea privilegian otro tipo de temas—como los mencionados en apartados anteriores. Y, como todo misionero sabio sabe, que en ambientes hostiles a la fe, si quieres tener la atención de alguien debes encontrar un tema, oportunidad o reto común a ambos y a partir de allí iniciar y avanzar la conversación hacia el evangelio.

Me temo que la Iglesia Evangélica, ignorando este principio misionero y sociológico, ante la agenda de temas que interesan a la generación contemporánea nacional, no ha encontrado el punto de interés común y al contrario, hemos adoptado una postura defensiva, reactiva y de ataque en vez conversar y ofrecer alternativas diferentes y mejores a las del resto de los centros de opinión pública. Necesitamos alargar nuestros horizontes de pensamiento.

Cuando hay desconfianza en las instituciones religiosas tradicionales y cuando las mismas muestran desgaste y fatiga en sus discursos ocurre un vacío de cosmovisiones. En este escenario, emergen nuevas ideologías o movimientos ofreciendo soluciones alternativas a las tradicionales. En el peor de los casos, estos ambientes son el clima ideal para que surjan líderes locales o nacionales con mentalidad de mesías o con poses dictatoriales—quienes atraen la fe de las masas.

Al reafirmar la tesis de este artículo, propongo que los seminarios teológicos y las instituciones evangélicas creadas para orientar al movimiento, iniciemos una conversación nacional sobre el presente y el futuro de la Iglesia Evangélica. Propongo crear una comisión que analice la situación y sugiera un bosquejo de temas. Quienes lean mi artículo podrían cuestionar diciendo que la Iglesia Evangélica está fuerte y creciente en el país. Esto en la superficie es cierto. Pero si analizamos a fondo y leemos entre líneas las votaciones nacionales, esto nos dice que la sociedad costarricense ha cambiado su pensamiento y su conducta dramáticamente y que el futuro no será el mismo.

Fue el famoso teólogo alemán Wolfhart Pannenberg, quien dijo que a mediados del siglo diecisiete, el fracaso de la religión cristiana en ofrecer solución al problema de las guerras religiosas en Europa impulsó a diversos pensadores a buscar la solución en otros modelos de construcción social aparte de la religión: el secularismo (iluminismo).

Necesitamos urgentemente repensar el modelo fundamentalista evangélico y crear un nuevo modelo emergente, bíblicamente anclado y culturalmente apropiado al mundo contemporáneo. Un nuevo proyecto evangélico es posible. Estoy optimista. Este debe ser un tiempo para la sabiduría, la creatividad y para un relanzamiento renovado de nuestra causa. Hay esperanza.

Lea ademas: «Trum retira a EE. UU. de histórico acuerdo nuclear con Irán»

Publicaciones relacionadas

Botón volver arriba