OPINIÓN

¿Qué es el nacionalismo cristiano exactamente?

El nacionalismo cristiano no tiene nada que ver con la participación cristiana en la política.

David French / The New York Times / Columnista /

Si te alarma el ascenso del nacionalismo cristiano, lo peor que puedes hacer es darle una definición muy general.

Si lo defines de manera muy abierta, le estás diciendo a millones de ciudadanos de a pie que van a la iglesia que el simple hecho de que trasladen los valores religiosos a la esfera pública de alguna manera los pone en la misma categoría o en el mismo bando de los verdaderos supremacistas cristianos, los autoritarios iliberales que quieren transformar a Estados Unidos a su propia imagen fundamentalista.

Aquí viene a colación el nuevo documental God and Country, el cual explora el papel del nacionalismo cristiano en la política estadounidense.

Incluso antes de enterarme de que Rob Reiner (director de Cuestión de honor) había participado en el proyecto, accedí a que me entrevistaran los cineastas por dos motivos importantes: en primer lugar, quería asegurarme de poder dar una definición sensata del nacionalismo cristiano, una que no pusiera en entredicho a los cristianos simplemente por llevar sus valores a la esfera pública.

En segundo lugar, me interesaba describir con exactitud los motivos por los que el verdadero nacionalismo cristiano representa un peligro real para nuestra Constitución.

Para comprender qué es el nacionalismo cristiano, es importante saber qué no es. Nacionalismo cristiano no se refiere a que la fe cristiana de una persona le dé forma a sus valores políticos.

De hecho, muchos de los movimientos sociales más importantes de Estados Unidos han tenido una buena dosis de teología cristiana y activismo cristiano. Muchos de los abolicionistas de nuestra nación condenaron la esclavitud desde los púlpitos del norte.

En cuanto al movimiento de derechos civiles, aunque no fue solo cristiano, sí fue un movimiento cristiano en general: Martin Luther King Jr., se sabe, era un ministro bautista.

Cualquiera puede estar en desacuerdo con los postulados cristianos en torno a los derechos civiles, la inmigración, el aborto, la libertad religiosa o cualquier otro punto de conflicto político.

Los cristianos están en desacuerdo entre sí en estos temas todo el tiempo. Pero no es más ilegítimo ni más peligroso que un creyente someta a debate público su perspectiva del mundo a que una persona laica debata su propio razonamiento moral laico en el ámbito político.

De hecho, en lo personal, he aprendido gracias a creencias distintas de la mía y lo cierto es que nuestra esfera pública se empobrecería si no tuviera acceso al pensamiento y las ideas de los estadounidenses creyentes.

El problema con el nacionalismo cristiano no tiene nada que ver con la participación cristiana en la política, sino con la creencia de que los valores cristianos deberían tener prioridad en la política y el derecho.

Puede manifestarse en la ideología, la identidad y las emociones. Además, si llegara a arraigarse, cambiaría por completo la Constitución y fracturaría nuestra sociedad.

Los sociólogos Samuel Perry y Andrew Whitehead definen al nacionalismo cristiano como un “marco cultural que difumina las distinciones entre la identidad cristiana y la identidad estadounidense, pues considera que entre ellas hay una relación estrecha y, por lo tanto, intenta mejorar y preservar su unión”.

El escritor y pastor Matthew McCullough define el nacionalismo cristiano como la «forma en que los cristianos conciben la identidad estadounidense y el sentido de lo estadounidense, una noción según la cual la nación desempeña un papel central en los propósitos históricos en el mundo del Dios cristiano».

Ambas definiciones son excelentes, pero ¿cómo es en la práctica el nacionalismo cristiano ideológico?

En 2022, una coalición de escritores y líderes de derecha publicaron un documento titulado: «Conservadurismo nacional: declaración de principios».

En la sección dedicada a Dios y la religión pública, señala: «Si existe una mayoría cristiana, la vida pública debe centrarse en el cristianismo y su visión moral, misma que debe ser honrada por el Estado y otras instituciones públicas y privadas».

Esta declaración ideológica es extraordinaria —y siniestra—, pues su aplicación relega de inmediato a las personas que no son cristianas a una posición de segunda categoría.

Va totalmente en contra de la Primera Enmienda y equivaldría a imponerles una especie de deferencia obligatoria hacia el cristianismo a las minorías religiosas y a las personas que no son creyentes.

Pero el nacionalismo cristiano no solo está arraigado en la ideología, sino que también tiene raíces profundas en la identidad, la creencia de que los cristianos deben mandar.

Es el núcleo central del Mandato de los siete montes, movimiento dominionista surgido del pentecostalismo estadounidense que es, dicho sin rodeos, una política de identidad cristiana con esteroides.

Paula White, la asesora espiritual más cercana de Donald Trump, es una adepta a este movimiento, al igual que el magistrado Tom Parker, presidente de la Corte Suprema de Alabama, quien redactó una opinión concurrente sobre la decisión reciente del tribunal en el tema de la fecundación in vitro.

El movimiento sostiene que los cristianos están llamados a gobernar siete instituciones sociales clave: la familia, la Iglesia, la educación, los medios, las artes, los negocios y el gobierno.

 No obstante, tampoco hace falta ahondar en la teología de los siete montes para encontrar ejemplos de política de identidad cristiana.

El uso del cristianismo como requisito no oficial pero sí necesario para ocupar un cargo público forma parte rutinaria de la política en las áreas de Estados Unidos en las que es más generalizada la asistencia a la iglesia.

Es más, uno de los argumentos republicanos comunes a favor de Trump es que, aunque no sea devoto, sí puede colocar a muchos cristianos en el gobierno.

Entonces, ¿qué es la política de identidad cristiana sino otra forma de supremacía cristiana? ¿Qué hace a una persona, por el simple hecho de identificarse como cristiana, una mejor candidata para ocupar un cargo?

Después de todo, muchos de los peores actores en la política estadounidense se presentan como creyentes.

Los escándalos y la corrupción son tan generalizados en la Iglesia que cuando una persona dice «soy cristiana», eso no me dice casi nada sobre su sabiduría o virtud.

Por último, no podemos olvidar las emociones intensas que provoca el nacionalismo cristiano.

La mayoría de los creyentes no siguen muy de cerca los argumentos ideológicos y teológicos.

En palabras del historiador Thomas Kidd: «El verdadero nacionalismo cristiano es más una reacción visceral que una postura adoptada racionalmente».

En otras palabras, se relaciona con un sentido visceral de que el destino de la Iglesia está estrechamente ligado con el resultado de cada competencia política.

Ese fervor puede hacer muy ingenuos a los creyentes e incluso potencialmente peligrosos. Su dinámica de combate entre el bien y el mal puede hacer que los cristianos crean que sus opositores políticos son capaces de cualquier cosa, incluso de amañar las elecciones.

Esto hace parecer que hay más en juego en las elecciones, a tal punto que perder representa una catástrofe inconcebible, pues están en riesgo el futuro de la Iglesia y del Estado. Como vimos el 6 de enero de 2021, esta creencia propicia acciones violentas.

Los nacionalistas cristianos comprometidos constituyen tan solo el 10 por ciento de la población, según una encuesta sobre nacionalismo cristiano del PRRI/Brookings realizada en 2023.

Pero incluso los miembros de una minoría tan pequeña pueden obtener un enorme control cuando logran mezclarse con el electorado cristiano más numeroso al presentarse con un «somos como tú».

Por esta razón no podemos confundir el activismo cristiano con el nacionalismo cristiano. Es posible acoger la participación cristiana en la esfera pública y también resistir la dominación, de cualquier fe o credo.

David French es columnista de la sección de Opinión y escribe sobre derecho, cultura, religión y conflictos armados. Es veterano de la Operación Libertad de la guerra en Irak y fue litigante constitucional. Su libro más reciente es Divided We Fall: America’s Secession Threat and How to Restore Our Nation. Puedes seguirlo en Threads (@davidfrenchjag).

(Los comentarios, artículos de opinión, de testimonio o de formación espiritual, así como las informaciones que reproducimos de otros medios, sean noticias o debates, son propios de las personas que los escriben y no necesariamente representan el pensamiento de este medio).

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