OPINIÓN

¿Debemos dar por perdido a Haití?

Debemos de clamar por Haití para que Dios tenga misericordia de este país.

Jonatán Soriano / Protestante Digital / Foto: AP /

“Como cristianos confiamos en Dios”, dice la responsable de un ministerio para niños en el país caribeño. “Por eso vemos Haíti de una forma distinta a cómo lo hace el resto de la gente y los medios”, añade.

Desde principio de marzo Haití vuelve a vivir una espiral de violencia y caos que ha sumido al país en una situación singular de inseguridad y de falta de recursos. 

La situación se ha agravado después de que algunas de las bandas armadas más grandes en el territorio, y antes enfrentadas entre sí, hayan unido sus fuerzas contra el hasta hace poco presidente y primer ministro Ariel Henry.

Henry había asumido el poder en 2021, tras el asesinato del entonces presidente Jovenel Moïse a manos de un grupos de mercenarios procedentes de Colombia, en un caso de magnicidio sin precedentes en el país y cuya investigación sigue avanzando.

De hecho, un juzgado del país acusó de conspiración en febrero a la viuda de Moïse, a su primer ministro, Claude Joseph, y al antiguo responsable de la Policía Nacional de Haití, León Charles. 

Sin elecciones desde 2019 y con todos los cargos electos agotados, las bandas armadas habrían comenzado a agitar las calles para conseguir la renuncia de Henry, que también vivió un intento de asesinato en enero de 2022, llegando a controlar el 80% de Puerto Príncipe, la capital.

«Pedimos a la policía y al ejército que asuman su responsabilidad y arresten a Ariel Henry. La población no es nuestro enemigo, los grupos armados no son sus enemigos», aseguraba Jimmy Chérizier, conocido como «Barbecue», líder del grupo G-9 an fanmi, una de las principales bandas armadas en Haití.

El inicio de la violencia ha coincidido con la liberación de 4.700 prisioneros después del asalto a dos cárceles por parte de las bandas y con el viaje internacional de Henry a Nairobi, para firmar un acuerdo sobre el despliegue de una fuerza policial multinacional con el propósito de combatir a los grupos armados en Haití.

Sin embargo, la dimisión de Henry para formar un gabinete de transición el pasado 11 de marzo no parece haber calmado los ánimos, y el país sigue afrontando un vacío de poder sin precedentes. 

«Haití es el único país del mundo donde no hay presidente, ni primer ministro, ni otros ministros, ni fuerza policial, ni fuerza militar organizadas», explica Yvrose Telfort, fundadora del ministerio cristiano local House of Hope Haití, a Protestante Digital

«Así que están matando a gente, pero nos mantenemos firmes sabiendo que Dios controla Haití. Creemos que algo va a pasar, así que tenemos que ser pacientes y seguir resistiendo porque sólo así podremos ver pasar todo esto», añade.

¿Quién controla Haití?

Sin presidente ni un gabinete formado, la falta de gobierno ha dejado a Haití en una situación sin precedentes en el país.

«Haití es una nación detonada», explica el pastor evangélico uruguayo Jorge Márquez, cuya iglesia estableció un hogar de socorro en el país caribeño a través de la ONG Esalcu.

«Además del gobierno democrático y sus fuerzas de seguridad, siempre han abundado una suerte de jefes territoriales, haciendo justicia paralela, a quienes el pueblo respeta y obedece. Lo que ocurre ahora es un desborde de estos componentes. Si la justicia libera a un acusado, aun así, un jefe de una des estas bandas puede determinar la ejecución del mismo y nadie hará nada. Sumado a esto, las ambiciones políticas y económicas, la violencia propia de la cultura de la calle», añade Márquez, que visitó el país en 2010, coincidiendo con el devastador terremoto que causó la muerte de más de 300.000 personas.

Desde el ministerio cristiano House of Hope Haití, dedicado a la asistencia y la educación de hasta 750 niños en la actualidad, y con el que desde España colabora Alianza Solidaria, Yvrose Telfort también señala que «las bandas están matando sobre todo a militares».

«La gente es consciente de no ir a algunas zonas porque están controladas por las bandas y necesitan dinero para hacer lo que sea que estén haciendo, así que matarán a la gente para sacarles dinero y cualquier cosa. Es una situación caótica en la que sólo podemos depender de Dios», añade.

La esperanza de esta haitiana es que Dios «levante a alguien o algunas personas para estar en el poder, en el gobierno, para que las cosas cambien», aunque reconoce que «la mentalidad siempre ha sido que el grupo que esté en el poder pueda hacer lo que quiera «mientras» otros grupo luchan por hacer lo mismo o incluso peor que lo que se ha hecho». «Pero lo que sé es que las manos de Dios están sobre Haití», remarca.

Hambre y sed

Vinculado a la ausencia de una estructura de poder y a la violencia callejera, una grave crisis de recursos primarios afecta a prácticamente la totalidad de la población. 

«No hay gasolina, no hay comida y no hay agua», dice Telfort. «El agua se ha convertido en algo sofisticado. Tres litros de agua cuestan entre dos y cuatro dólares y la gente no tiene ese dinero. Es una situación en la que la gente no tiene esperanza, pero nosotros la tenemos porque Dios no nos va a dejar», asegura Telfort, al mismo tiempo que reconoce que solo las élites y algunos trabajadores extranjeros están pudiendo salir del país.

«Vemos helicópteros que van y vienen de República Dominicana a Haití. Es algo deplorable porque la gente no puede viajar de Haití a ningún otro país, pero los helicópteros van y vienen varias veces al día. La mayoría de los que van en ellos son personas con dinero, de clase alta. Éstas son las personas que van», afirma.

En el ministerio de House of Hope Haití han conseguido solucionar el problema de la seguridad formando un grupo de vigilantes armados que protegen sus instalaciones. «No tenemos problema con la escuela ni con nuestra iglesia», subraya.

«Nuestro problema es la comida», añade Telfort. Y es que tienen que desplazarse hasta la frontera con República Dominicana para conseguir los alimentos que luego cocinan y reparten a los 750 niños que asisten.

Y la llegada de ayuda humanitaria al país no tiene garantizados canales seguros por medio de los que hacerlo. De hecho, incluso el Comité Internacional de Cruz Roja ha explicado a BBC que ha tenido que mantener conversaciones con algunas de las bandas armadas para poder entregar ayuda humanitaria.

«Escasean la comida, las importaciones, el combustible y los violentos controlan las rutas cobrando a su voluntad dinero para permitir el paso», explica Márquez.

Este pastor uruguayo recuerda cómo tuvieron que salir del país después de comenzar a trabajar en el territorio con una ONG vinculada a su iglesia. «Amenazados de muerte, tuvimos que abandonar nuestro hogar de niños y entregarlo a los malvivientes de una zona, y llevar a nuestros niños y unas pocas pertenencias a un lugar alquilado en otra zona. En el camino nos detuvo otra banda cobrándonos 3.000 dólares americanos para autorizarnos a circular», recuerda.

Misioneros y ayuda cristiana

Según Márquez, «ministerios cristianos importantes se han retirado del país y han abandonado su misión y sus bienes». Esto es algo que también confirma Telfort, que asegura sentirse preocupada por ver que cada vez llega también menos ayuda humanitaria por parte de organizaciones cristianas, ya que «todo el mundo está tratando de salir de Haití». «Las organizaciones misioneras de Estados Unidos están llamando a la mayoría de sus misioneros para que regresen y abandonen el país», agrega.

Por eso, considera Telfort, la única ayuda que puede darse ahora es a nivel local. «Un grupo de nuestra iglesia va a ayudar en una zona que está muy mal. Hay mucha hambre en esa zona, así que van y dan arroz, espaguetis y cosas así. Si se hace, se hace en el área local», reitera.

En un artículo en el que analizaba el efecto de la ayuda evangélica internacional en casos como el de Haití, Warren Cole Smith apuntaba a la tesis que Bob Lupton propone en libros como Toxic Charity Theirs is the Kingdom, y señalaba que «es posible que los viajes misioneros de corta duración tengan un efecto perjudicial”, y que» los micropréstamos y los programas de construcción de iglesias y comunidades dirigidos por indígenas son más eficaces que los proyectos misioneros de corta duración».

¿Hay solución?

Mientras se espera la convocatoria de elecciones y la formación de un nuevo gobierno, la pregunta que se repite en los medios generalistas es qué pasará con Haití, si hay posibilidad de recuperación o simplemente se debe declarar como otro Estado fallido.

«Nuestra oración es que Dios haga justicia a los niños hambrientos y enfermos privados de medicina, que Dios en su misericordia se acuerde de las madres embarazadas y de sus hijos, que detenga la matanza de inocentes, que detenga la apropiación de tierras y edificios bajo la excusa de que son bienes de sus ancestros», reivindica Márquez.

«Humanamente se ve extremadamente difícil resolver este caos y anarquía, pero siempre que el pueblo clamó, Dios levantó un Sansón, un Josué, alguna Débora. Creemos en Dios, pero el clamor de la iglesia de Jesucristo debe subir», remarca.

Desde territorio haitiano, Telfort asegura que «como cristianos confiamos en Dios». «Por eso vemos Haití de una forma distinta a cómo lo hace el resto de la gente y los medios», añade. «Confiamos en Dios porque sabemos lo que hace. Sabemos que nos prometió que no nos dejaría ni nos abandonaría», agrega. Aunque reconoce que es «una situación caótica», insiste en que «solamente podemos depender de Dios».

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