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Género, número y caso: la guerra cultural LGTBI

Nicolás de Cárdenas /Actual/

 Hasta la irrupción de los postulados de la última involución del pensamiento comunista, que ha transformado la lucha de clases en un combo de guerra de sexos y desnaturalización de la ciencia, los conceptos de género, número y caso eran ideológicamente neutros y respondían en exclusiva a la lógica interna de la gramática.

Durante siglos el hombre (dicho sea de paso, según la primera acepción del diccionario de la Real Academia Española: “ser animado racional, varón o mujer”) se ha preguntado si el lenguaje sigue al pensamiento o al contrario, como si del huevo y la gallina se tratase.

La conclusión es que el lenguaje sigue al pensamiento. Primero se crea el concepto en la mente y luego se le asigna una palabra que la signifique. Esto no es incompatible con el hecho de que el uso de un determinado lenguaje también moldea el pensamiento.

Esta es la razón por la que nos hallamos inmersos en una guerra cultural que, pese a lo que pueda parecer, no es incruenta ni inocua, sino cruenta e inicua, puesto que las palabras utilizadas por la ideología de género están destrozando toda la antropología, la grandeza de la complementariedad entre varones y féminas y, en general, la dignidad intrínseca de cada ser humano.

El género

El concepto del género ha sido retorcido como el chicle Bang bang de mi infancia, del que se decía “que se estira, que se encoje, que se pasa por debajo”. La categoría gramatical que nos informa del carácter masculino, femenino o neutro ha sido borrada de la faz de la tierra y, en su lugar, género significa todo y nada a la vez, pues depende de lo que uno sienta en cada momento.

El asunto es tan complicado que las listas de ‘géneros’ son tan extensas como la imaginación sea capaz de llegar. En la Conferencia de la ONU sobre la Mujer celebrada en El Cairo a finales de los años noventa se definieron cinco. Pero hay listas con decenas de conceptos, a cada cual más particular. En Nueva York, la lista oficial es de 31. El asunto es tan complejo que los parlamentarios que defienden legislaciones LGTBI enmudecen cuando se les pregunta sobre la cuestión. El asunto es tan pintoresco, que hasta a la heterosexualidad de toda la vida le han cambiado el nombre. Según parece, es cisgénero. EN realidad no. Porque al cisgénero solo se le reconoce la tranquilidad de una coherencia entre lo que la natura ha dado y lo que uno piensa.

El número

¿Y para qué todo este maremágnum? Para montar el número, supongo. Aunque no solo. Porque si los grupos LGTBI se limitaran a reivindicar lo que les parezca oportuno en libertad dentro de los límites de la ley, no pasaría nada.

Sin embargo, no solo dedican sus esfuerzos a la reivindicación de lo propio, sino que el movimiento LGTBI, que nació aparentemente como abanderado de la libertad, se ha convertido en una máquina inapelable de censura subvencionada, una suerte de faraón ante el que no se puede ni chistar y frente al que leer el primer capítulo de un manual de Biología puede ser un delito de lesa humanidad. No vaya a ser que diga que los niños tienen pene y las niñas tienen vulva. Y te inmovilicen. O te apedreen.

El lobby LGTBI -que sin duda alguna no representa ni mucho menos a todos los que dice representar- es tan censor, tan liberticida, que pretende cercenar el derecho a la libertad de expresión de una lesbiana y una persona que ha sido transexual, entre otros, ponentes del I Congreso Internacional sobre Género, Sexo y Educación que se celebra este viernes en Madrid.

El caso

El caso es que la ideología de género es, en el fondo, inconsistente en su núcleo. Si uno fía la definición de su persona a los sentimientos, está perdido desde el principio y antes o después caerá en su propia trampa. Por su propia esencia, los sentimientos son maleables, volátiles, manipulables, manipuladores, engañadores…

El caso es que, por el camino, desde Simone de Beauvoire hasta nuestros días, la imposición de sus tesis están dejando tras de sí un reguero de heridas personales, familiares y sociales que van a necesitar de un esfuerzo suplementario para que sean aliviadas. Y llevará décadas recuperar el terreno perdido.

El caso es que hay que hacer una ingente labor de educación, de recuperación de la masculinidad y la feminidad, heridas hoy casi de muerte en el plano cultural, si no fuera porque la Biología es tozuda y real y más pronto que tarde volverá a imponerse, no por la violencia y la censura, si no por naturaleza.

La ideología de género es un número y un caso.

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