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Los pueblos de España libran una batalla solitaria contra el coronavirus

Por Elian Peltier /Foto: Samuel Aranda

El aislamiento del campo ofrece cierta protección contra el brote, pero una vez que la enfermedad ataca, puede revelar vulnerabilidades que solo enfrentan las comunidades más pequeñas.

El estruendo ensordecedor se elevó desde las profundidades del campo, una positiva y a la vez inquietante señal de vida, en un rincón del noreste de España, donde los pueblos situados en escarpadas colinas tienen vista a los viñedos y los campos de olivos y almendros.

Al volante de su tractor, un granjero desinfectaba las estrechas calles del pueblo de Valderrobres con un dispersor que normalmente utiliza para fertilizar sus campos. La brisa hacía que salieran volando macetas y sillas, pero no importaba. Había un virus que matar.

“Todo aquí llega más tarde”, dijo el agricultor, Miguel Ángel Caldu, acerca de la falta inicial de kits de prueba y equipos de protección en la zona. La mitad de los trabajadores de salud del asilo local dieron positivo al coronavirus, al igual que casi 50 de los 60 residentes, 12 de los cuales han muerto.

Así que, cada noche, lugareños como Caldu han estado limpiando lugares como Valderrobres, un pueblo turístico de alrededor de 2400 habitantes que es conocido por su castillo gótico del siglo XIV y su puente de piedra.  

“Regresaré más fuerte”, dijo Esther Pitart, de 81 años, mientras la evacuaban del hogar de ancianos en Valderrobres, el 8 de abril.

En lo que respecta a las muertes, la pandemia del coronavirus ha golpeado a España con más fuerza que a los demás países europeos, excepto Italia, y ha devastado grandes ciudades como Barcelona y Madrid. Además, la difícil situación de los pueblos ha sido menos visible.

Al igual que las pequeñas comunidades de todo el mundo, los pueblos de España están descubriendo que su aislamiento es una bendición contradictoria. Quizá ofrezca cierta protección contra el contagio, pero una vez que el coronavirus ataca, puede revelar las vulnerabilidades particulares a las que se enfrentan las comunidades más pequeñas.

En España, a pesar de contar un sólido sistema de atención médica y uno de los niveles más altos de esperanza de vida en Europa, las zonas rurales han sufrido el envejecimiento de la infraestructura de atención a la salud y una falta de médicos tras décadas de urbanización e inversión pública insuficiente.

En las zonas rurales también abundan los adultos mayores. En Teruel, la provincia de un remoto rincón de Aragón donde se encuentra Valderrobres, constituyen una cuarta parte de la población. Los pueblos de la región, muchos de ellos con murallas centenarias que dominan la vista del campo, ahora tienen la apariencia de fortalezas tapiadas que tratan de mantener a salvo a sus poblaciones de edad avanzada.

En otras zonas rurales, como la provincia de Soria, en la región cercana de Castilla y León, los brotes abrumaron durante semanas al único hospital con unidades de cuidados intensivos. Esos tramos rurales de España tienen algunos de los niveles de densidad demográfica más bajos de Europa, y muchos de los habitantes de esas zonas se han quejado durante mucho tiempo de que las autoridades nacionales los descuidan y los excluyen.

En un pueblo de Teruel, el único médico de la zona interrumpió sus visitas semanales después de haber tenido que entrar en aislamiento; en otro, la única tienda de abarrotes que había cerró varios días cuando el tendero se marchó.

En Valderrobres, donde el hospital de cuidados intensivos más cercano de la región se encuentra a dos horas de distancia, las autoridades sanitarias en un principio se negaron a realizar pruebas a los residentes del asilo de ancianos que no presentaban síntomas, dijo el alcalde, Carlos Boné, a pesar de que se convirtió en el epicentro de un brote local.

Cuando Boné compró pruebas y descubrió que dos tercios del personal y de los residentes estaban infectados con el virus, las autoridades regionales rechazaron los resultados porque provenían de un laboratorio privado y realizaron sus propias pruebas una semana después.

“En los pueblos, siempre dicen: ‘Tal cosa llegará pronto’ o ‘Recibirás esto en poco tiempo’”, comentó Boné. “Mientras tanto, estamos arriesgando vidas, y, aquí, 35 trabajadores son 35 conocidos”.

Boné, que antes era enfermero, trabajó en el asilo durante dos semanas seguidas porque la mayoría de sus enfermeros han tenido que aislarse en determinado momento y no pudo encontrar reemplazos.

Como muchos otros países europeos, España ha luchado por contener la propagación del coronavirus en muchas partes de su territorio. Los sindicatos están llevando a las autoridades a los tribunales después de que miles de trabajadores de la salud se infectaron. En los asilos de ancianos, los soldados han encontrado a residentes abandonados o muertos. Pero en las zonas remotas, la crisis ha acentuado la percepción de que el derecho a la atención médica puede diferir según el lugar donde viva una persona.

“En las zonas que quizá hayan sido descuidadas, el sentimiento de abandono puede ser tanto emocional como material”, dijo Sergio del Molino, escritor de novelas y periodista, quien acuñó la expresión “España vacía” para referirse a la fuga de personas y trabajadores calificados, así como al desplome de las infraestructuras, en especial en las zonas rurales.

Las medidas de confinamiento aplicadas en toda Europa han sumido a las áreas rurales en situaciones similares. En un pequeño pueblo en la región de Lombardía, el epicentro del brote en Italia, la prohibición de abandonar una ciudad sin un motivo de salud o trabajo ha obligado a la agencia nacional que maneja la respuesta a la crisis a hacer múltiples viajes al día al supermercado más cercano para llevar comida a los residentes.

Alberto Ribes le entrega comida a Alicia Micolau en Valderrobres.

En Francia, que durante mucho tiempo ha luchado contra la escasez de médicos en algunas áreas rurales, una organización que representa a pequeñas ciudades ha recomendado que los empleados municipales entreguen pan y comestibles a los adultos mayores.

En España, Aragón ha recibido aproximadamente tantas pruebas por habitante como la región de Madrid, el epicentro del brote en el país, pero la mitad de mascarillas por habitantes. Y los alcaldes de pueblos aislados en Teruel argumentan que los cubrebocas enviados se han ido principalmente a las ciudades más grandes de la comunidad.

“El aislamiento tiene una ventaja, la distancia brinda protección”, dijo Ángel Paniagua, investigador del Consejo Superior de Investigaciones Científicas de España, que estudió a las regiones más aisladas del país. “Pero cuando el virus llega, te quedas con tus propios problemas”.

Del Molino, el escritor y periodista, dice que los recursos habían disminuído en muchas áreas rurales después de que la atención médica se descentralizó gradualmente a las regiones en los años ochenta y noventa.

En la provincia de Soria, a unos 193 kilómetros al norte de Madrid, la tasa de mortalidad — más de una persona por cada mil habitantes— ha sido más del doble de la media nacional. Los políticos locales han denunciado la escasez de médicos después de que el hospital de la ciudad de Soria tuviera casi que triplicar la capacidad de cuidados intensivos pero sin personal adicional.

 “No estamos combatiendo este virus con las mismas armas” que en las ciudades más grandes, dijo el alcalde de Soria, Carlos Martínez, en una entrevista telefónica.

Las autoridades regionales reportaron 44 muertes confirmadas por coronavirus en Soria en marzo, pero Martínez dijo que el número de víctimas seguramente era mayor. El total de muertes de todas las causas en la provincia ese mes fue de casi 250, señaló, el triple de las 83 del mismo período en 2019.

“Los números no cuadran”, agregó.

Según del Molino, “cuando se tenía a un enfermo de gravedad en Soria, se le enviaba a Zaragoza o a Madrid”, refiriéndose a los hospitales de las grandes ciudades. “La presión podía repartirse en tiempos normales, pero ha sido imposible con los hospitales saturados”, añadió. A semanas de la crisis, las regiones vecinas han acogido a pacientes de Soria.

En la provincia de Teruel, se han detectado más de 500 casos y han muerto más de 60 personas. En una tarde reciente, en el asilo de ancianos de Valderrobres, Esther Pitart, una residente de 81 años que dio positivodías antes, estaba sentada en una ambulancia, lista para ser trasladada a un centro con más recursos. “Volveré más fuerte”, dijo con una sonrisa mientras tosía y cerraba el puño.

 Trabajadores de un laboratorio privado, contratados por el alcalde de Valderrobres, toman una muestra de Conchita Esteve, trabajadora del hogar de ancianos, el 7 de abril. Esteve luego dio positivo.

En Torre de Arcas, un pueblo en Teruel con solo 40 habitantes, la única tienda de abarrotes estuvo cerrada días debido a que se marchó el tendero

Resulta difícil saber quién está infectado dado que quienes tienen el virus o síntomas temen ser estigmatizados, dicen los habitantes del lugar. En un pueblo, algunos trabajadores sanitarios se aislaron en secreto. “Es tabú para nosotros, muchas personas no están reportando sus síntomas”, dijo María Teresa Criville Herrero, alcaldesa de Lledó, un pueblo de menos de 200 habitantes.

 “Son las ventajas y desventajas de la vida en un pueblo”, dijo María Dolores Pascual Lahoz, la administradora de un ancianato en Valderrobres. “Siempre hay alguien que te da la mano”. Pero agregó que desde el inicio del brote en el asilo, los vecinos también veían con recelo a los empleados.

Para quienes se han infectado eso ha hecho que aumente la carga del aislamiento, dicen. “Puedes sentir el virus en el aire, y simplemente te sientes tan impotente”, dijo desde el zaguán de su departamento Conchita Esteve, una trabajadora del asilo que dio positivo. “Por los ancianos y por ti mismo”.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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