No encontrarás al cónyuge «perfecto»
Si el matrimonio está diseñado para ser una sombra terrenal de una realidad celestial, entonces nuestras expectativas deben ajustarse en consecuencia.
Coalición por el Evangelio / Kirsten Franze / Foto: La Masia Montes /
Durante la secundaria y la universidad, leí todos los libros sobre el noviazgo y la búsqueda del matrimonio que llenaban las estanterías de las librerías cristianas.
Debido a las experiencias de algunos miembros de mi familia, me ponía nerviosa encontrar a la persona adecuada con la que pasar el resto de mi vida. Estaba decidida a asegurarme de que un hombre cumplía todos los requisitos antes de considerarlo un posible esposo digno.
Sin embargo, lo que no tuve en cuenta es que podía ser demasiado exigente. Borré la línea entre poner el listón alto en busca de un cónyuge digno y seguir unas expectativas poco realistas (a menudo impulsadas por la cultura). Con el tiempo, acabé adquiriendo una lista de atributos para un esposo por los que oraba con gran detalle.
El esposo «fórmula»
Ciertamente, la Biblia etiqueta de forma explícita algunas cualidades como requisitos: el matrimonio está diseñado para ser entre un hombre y una mujer (Gn 2:24), y los creyentes solo deben casarse con otros creyentes que vivan conforme a su profesión de fe (2 Co 6:14).
Sin embargo, aparte de estas dos necesidades para un matrimonio que honre a Dios, Dios nos da la libertad de elegir a la persona con la que pasaremos nuestra vida.
El problema se manifestó cuando empecé a considerar sutilmente otras preferencias como necesidades. No es intrínsecamente malo tener preferencias por ciertas cualidades en un cónyuge. Pero cuando convertimos lo que no es una directriz bíblica distintiva en algo que debe tener —en un ídolo— estamos en la zona de peligro.
Fui presa de la creación de un personaje en mi mente que era el tipo de persona con la que creía que quería casarme… y no existía.
Del perfeccionismo al pesimismo
Yo no era consciente de mis criterios irracionales hasta que escuché la serie de sermones sobre el matrimonio de Tim Keller. El material de esos sermones fue finalmente compilado en su libro El significado del matrimonio, donde aborda el problema cultural generalizado de buscar nuestra idea de casi perfección en un cónyuge potencial.
«Tanto los hombres como las mujeres de hoy en día ven el matrimonio no como una forma de crear carácter y comunidad, sino como una forma de alcanzar objetivos personales en la vida», escribió. «Buscan una pareja matrimonial que “satisfaga sus deseos emocionales, sexuales y espirituales”. Esto crea un idealismo extremo que, a su vez, conduce a un profundo pesimismo sobre la posibilidad de encontrar alguna vez a la persona adecuada para casarse».
Incluso como creyentes, podemos caer en esta trampa que nuestra cultura nos condiciona a seguir. Empieza a introducirse el pesimismo, del cual fui testigo en la universidad en forma de bromas groseras hacia el sexo opuesto y afirmaciones de celibato para toda la vida (algunas bromas para ocultar una creciente desesperación, otras totalmente en serio).
El deseo egoísta de un cónyuge perfecto
Cuando Dios trajo a mi vida a quien hoy es mi esposo, me sentí al mismo tiempo obligada a conocerlo y desilusionada. Aparte de los verdaderos fundamentos, como ser un hombre que vive su fe, no poseía todas esas habilidades o atributos adicionales que yo creía que debía tener en un compañero de vida.
El Espíritu Santo y mi comunidad me ayudaron a reconocer que esos otros atributos no eran más que ideales. Eran cualidades que yo creía que mejorarían mi imagen de mí misma y me llenarían a mí. Buscaba a un hombre que me hiciera quedar bien ante el mundo y sentirme mejor conmigo misma. En última instancia, buscaba la plenitud en otro ser humano caído.
En esta mentalidad, hay poco espacio para el diseño verdadero del matrimonio: caminar con nuestros cónyuges a través de los picos y valles de la vida, ayudándonos mutuamente a parecernos cada vez más a Dios mientras caminamos juntos hacia el cielo.
Mejores deseos
A medida que Dios continuaba enseñándome, empezó a dar a mi corazón deseos nuevos, deseos mejores (Sal 37:4). Al principio, aceptar el hecho de que mi esposo no lograría satisfacer el anhelo de mi alma de ser conocida y realizada me resultaba desalentador. Pero, con el tiempo, se convirtió en algo liberador. Empecé a entenderlo como una invitación a amar libremente a mi esposo sin sentirme amenazada por sus imperfecciones, y como una invitación a despertar en mi corazón afectos y esperanzas más abundantes por una vida asombrosamente satisfactoria que no tiene fin en el cielo.
Hoy me siento tranquila, humilde y agradecida de que Dios no me haya dado algunas de las cosas por las que oré tan fervientemente para tenerlas en un esposo.
Aún más asombroso es que me dio cosas maravillosas que ni siquiera pensé en pedir. En Su sabiduría y bondad, Dios me dio un esposo que es diferente del hombre con el que imaginé que me casaría, pero abrumadoramente mejor para mí en todos los sentidos. Nuestras fortalezas y debilidades difieren, ayudándonos a ser mejores como uno de lo que éramos como individuos.
Amigos solteros que desean casarse, consideren y oren sobre aquellas cualidades que están ansiosos por encontrar en un cónyuge. No hay nada malo en desear ciertas características o intereses. Pero ora también para que tu corazón sea receptivo al plan bueno de Dios para ti. Pídele que te revele y cambie cualquier expectativa poco realista o poco saludable. Ora con el salmista: «SEÑOR, muéstrame Tus caminos, / Enséñame Tus sendas» (Sal 25:4). Ora para que Dios sea el tesoro de tu corazón.
Si el matrimonio está diseñado para ser una sombra terrenal de una realidad celestial, entonces nuestras expectativas deben ajustarse en consecuencia. Las sombras y las siluetas tienen su propia forma de arte, pero no son nada comparadas con una imagen vívida y colorida con detalles nítidos. Esperamos que nuestras sombras se llenen de vida libre de maldad y decadencia en el amanecer de la eternidad, es decir, en la cena de las bodas del Cordero (Ap 19:6-9).
Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Eduardo Fergusson.