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El hambre en el mundo sigue aumentando

Enrique Yeves / Le Monde Diplomatic /

El informe, presentado por la FAO, el Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola (FIDA), el Programa Mundial de Alimentos (PMA), la Organización Mundial de la Salud (OMS) y UNICEF, también indica avances limitados contra las distintas formas de malnutrición, que van desde el retraso del crecimiento infantil hasta la obesidad adulta y amenazan la salud de cientos de millones de personas en todo el planeta.

La situación está empeorando en América del Sur –agudizada por el deterioro en Venezuela–, en la mayoría de las regiones de África, y también en Asia –el continente más numeroso y cuyos números afectan en gran medida a cualquier cambio global– en la tendencia decreciente que caracterizaba al continente parece estar ralentizándose de forma significativa.

La desaceleración económica, los cambios de política en algunos países –en especial en América Latina- y la cada vez más evidente variabilidad climática, que afecta a los patrones de lluvia y las temporadas agrícolas –además de los fenómenos meteorológicos extremos como sequías e inundaciones–, junto a los conflictos, parecen ser los principales factores detrás de este aumento.

Este retroceso –hemos vuelto a los niveles de hace una década– nos envía una señal muy clara: hay que hacer más y de forma más urgente si pretendemos lograr el Objetivo de Desarrollo Sostenible de Hambre Cero para el año 2030 al que la comunidad internacional se ha comprometido. Una meta que parece cada vez más difícil de lograr (ver recuadro inferior).

Debemos avanzar más rápido contra la malnutrición

Aunque continúan realizándose ciertos progresos en la reducción del retraso del crecimiento infantil, los datos siguen siendo inaceptablemente elevados: en 2017 hasta casi 151 millones de niños menores de cinco años demasiado bajos para su edad debido a la malnutrición –la mayoría en África y Asia–, en comparación a 165 millones en 2012.

La prevalencia de la emaciación (desnutrición aguda infantil) sigue siendo extremadamente alta en Asia, donde casi uno de cada 10 niños menores de cinco años tiene bajo peso para su estatura, en comparación con solo uno de cada 100 en América Latina y el Caribe.

Es también vergonzoso que, en pleno siglo XXI, una de cada tres mujeres en edad reproductiva se vea afectada por la anemia, que tiene terribles consecuencias para la salud y el desarrollo tanto de las mujeres como de sus hijos. Ninguna región del mundo ha mostrado una disminución de este problema, y en lugares como África y Asia el asunto es casi tres veces más grave que en América del Norte.

La otra cara del hambre: aumenta la obesidad

Pero el hambre no puede ser nuestra única preocupación, ya que, paralela y paradójicamente, asistimos a una preocupante epidemia de obesidad y sobrepeso: uno de cada ocho adultos –¡672 millones de personas!– son obesos. Se trata de un problema especialmente acuciante en América del Norte, pero, desafortunadamente, África y Asia siguen esa misma tendencia al alza.

El hambre y la obesidad coexisten en muchos países e incluso pueden darse juntas dentro del mismo hogar. La falta de acceso a alimentos nutritivos debido a su mayor coste, el estrés de vivir con inseguridad alimentaria y las adaptaciones fisiológicas a la privación de alimentos ayudan a explicar por qué las familias con inseguridad alimentaria pueden tener un mayor riesgo de sobrepeso y obesidad.

Erradicar el hambre: un reto cada vez más difícil de lograr

Todos estos datos ponen cada vez más en entredicho nuestra capacidad para alcanzar la meta de erradicar el hambre antes del 2030. Difícil, pero no imposible, dice el informe de la FAO, si se aceleran las políticas apropiadas en cada país y a nivel colectivo.

Para ello hay que aplicar las medidas que sabemos que tienen éxito, incluyendo políticas que garanticen el acceso de los grupos más vulnerables a alimentos nutritivos, y romper el ciclo intergeneracional de la malnutrición, prestando especial atención a los grupos más sensibles: lactantes, niños menores de cinco años, niños en edad escolar, muchachas adolescentes y mujeres.

Al mismo tiempo, hay que hacer un cambio sostenible en la producción agrícola y hacia sistemas alimentarios que puedan proporcionar alimentos inocuos y de calidad para todos. El cambio climático ofrece además nuevos retos a los que hay que adaptar la agricultura con medidas para fortalecer la resiliencia y la capacidad de adaptación de los sistemas alimentarios y los medios de subsistencia ante la variabilidad climática y los fenómenos meteorológicos extremos, que están socavando la producción de algunos cultivos principales como el trigo, arroz y maíz en las regiones tropicales y templadas. La evidencia no deja lugar a dudas: la prevalencia y el número de personas subalimentadas tienden a ser más elevados en países muy expuestos a fenómenos climáticos extremos y, si no fortalecemos la resiliencia climática, la situación empeorará.

 

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