OPINIÓN

En el gimnasio

Estoy en el grupo de pastores que se han dedicado a "salvar el mundo" a costa de nuestra propia salud física y emocional.

Dr. Alex Alvarado Peterson / Articulista / Gráfica Región Net / Fines ilustrativos /

Después de la pandemia decidí volver al gim (gimnasio). Con la esperanza de que mis músculos traigan a la memoria los tiempos pasados.

Estoy en el grupo de pastores que se han dedicado toda la vida a «salvar el mundo» a costa de nuestra propia salud física y emocional.

El trabajo excesivo, el estrés crónico y los hábitos de poco descanso, además de las escasas horas de sueño, me han pasado la factura y he querido  recuperar el tiempo perdido.

Traigo a la memoria los tiempos en que el ejercicio físico era considerado mundano y hasta pecaminoso. Supongo que por varias razones.

Tal vez en parte, porque Timoteo -discípulo de Pablo- pudo perder el equilibrio en este asunto, por lo que el apóstol le llama la atención.

Quizá los hermanos por estar en el partido de fútbol descuidaban sus deberes con la iglesia. En fin, eran tiempos diferentes.

Ya en el sitio (gimnasio), descubro varios aspectos que afectan mi vida.

Primero llego a la conclusión de que una letra, una simple vocal, en idioma inglés, determina mi felicidad, salud y futuro. Sí, una vocal. Las vocales para escoger son la i o la a.

Estas hacen la diferencia monumental. Esas vocales en medio de las consonantes F y T me salvan o me matan. O sea, eres fit (en forma) o eres fat (gordo).

Segundo no puedo evitar ver mi actual condición con la de los clientes que parecen que nacieron en ese lugar y no han salido en años. Todo lo manejan a la perfección. Me asaltan los celos, la envidia y otras maldades.

¿Dónde he estado todo el tiempo que estos se ejercitaban?

Estoy a punto de entrar en depresión, cuando observo a una persona que en apariencia, está en peor condición que la mía. Esto me trae un leve alivio. Pensé, «ya somos dos». ¡Qué consuelo!

Pero descubro que esos celos los he tenido antes. Sobre todo, al repasar las redes sociales y ver lo bien que lo están pasando otros, incluso algunos que a mi juicio «no se lo merecen».

Soy pastor de una iglesia muy bendecida. Estoy muy agradecido por eso. Sin embargo, noto que lo que parece exitoso en otros, me causa una molestia, que me trato de explicar.

Inicié el ministerio en tiempos de la gran inocencia. En esos años, creíamos en la unidad, la cooperación, de forma que pensaba que el corazón de los pastores estaba dedicado al bienestar de las ovejas y creían en la ética ministerial. Esa idea estuvo bien, mientras me influenciaba la vida de pastores ejemplares, íntegros y genuinos de aquellos días.

Pero todo cambió con la llegada de otros líderes a la «fauna» evangélica. Se trataba de «alimañas» que querían el éxito a cualquier costo y no parecieran tener compasión del rebaño. Ahora era la ley de la selva, de puñalada por bollo de pan. Había que cuidarse de todos. Cada uno buscaba lo suyo y hasta lo de otros.

La unidad terminó y entró la competencia. Esta no es del todo mala, cuando compites con valores. Pero se trataba de competencia desleal, pecaminosa.

Ahora algunos querían fama y fortuna sin los dolores del crecimiento. Era más rápido y sencillo hacerlo parasitando a otros. Querían la gloria sin la historia.

Eso era ya el fin de la inocencia. Ahora tenía que cuidarme porque las «pirañas» estaban por doquier. Desarrollé una personalidad competitiva hasta el día de hoy.

Decidí competir sin sacrificar los valores. Ese fue mi reto. Esta fue mi ley: Nunca edificar sobre fundamento ajeno. Quiero terminar mi ministerio con altura, sin robarle ovejas a nadie.

Los celos ministeriales son una realidad. Lo manifestamos cuando no le damos los méritos que se merecen otros, cuando copiamos ideas y aseguramos que recibimos una revelación directa del cielo y sin intermediarios.

Algunos han llegado a utilizar el púlpito para desacreditar a la competencia. Eso ya es fatal.

Debido a los celos y la envidia, hemos convertido el ministerio en una zona de guerra. Sospechamos unos de otros. En ocasiones nuestras actitudes son justificadas, en otras no.

Sobran ejemplos de ministros que piden apoyo para cierta iniciativa y se descubre que tenían una agenda oculta.

Yo mismo soy muy desconfiado de las intenciones de ciertas actividades, iniciativas y movimientos. Ya no soy el mismo. Tuve que adaptarme a sobrevivir en la «jungla». Así que no solo tengo celos, sino que soy desconfiado.

Yo no era así. Quiero recuperar la sencillez con la que inicié este ministerio. Pero temo que eso me haga vulnerable a los «tiburones» que rondan y pululan por doquier.

Pero regresemos a la nota. Las redes sociales nos causan adicción porque despiertan sentimientos negativos, nos comparamos, aborrecemos, odiamos a otros y a nosotros mismos.

Esto es una causa de depresión juvenil, que en ocasiones ha resultado fatal.

En Costa Rica tenemos pecados nacionales como la envidia. Queremos desaparecer, la mitad del versículo aquel de la carta a los romanos: llorad con los que lloran, (eso nos parece magnífico), gozaos con los que se gozan (eso es más difícil).

Para terminar. También descubro que las ideas sobre alimentación que nos enseñaron y creímos toda la vida, no son del todo ciertas.

Pero eso, querido lector… es otra historia.

Ore por mí.

(Los comentarios, artículos de opinión, de testimonio o de formación espiritual, así como las informaciones que reproducimos de otros medios, sean noticias o debates, son propios de las personas que los escriben y no necesariamente representan el pensamiento de este medio).

 

Publicaciones relacionadas

Botón volver arriba