El principio de inocencia
Fernando Berrocal / Abogado y periodista/
Pensar que todo lo que brilla en la vida pública es oro, es un gravísimo error. Igualmente es un error dejarse llevar de la marejada de desinformación y de los intereses en favor o en contra de una tesis o de una persona, sobre todo si esa persona está en la política y ocupa un cargo público. Frente a una u otra situación, solo un análisis crítico y libre nos ofrece el punto justo de la verdad.
En esta vida hay que procurar ser auténticamente libre y, a la vez, justo. Libre para analizar objetivamente los hechos y tener criterio propio. Justo para ser capaz de hacer autocrítica seria sobre uno mismo y para medir a los otros con la misma vara con la que uno se mide a sí mismo y no con una diferente.
Estructuralmente, el sistema de pesos y contrapesos y la tradición jurídica que sustenta constitucionalmente nuestro Ordenamiento Legal, han desarrollado el “principio de inocencia” que significa, en lo fundamental, que toda persona, sin excepciones, es inocente hasta que no se diga lo contrario en una sentencia firme, emitida por un Tribunal de Justicia competente, cumpliendo siempre con el debido proceso y agotadas las instancias legales. Así es jurídicamente.
No pretendo defender a nadie. Cada cual es el arquitecto de su propio destino y, sobre todo en política, cada palo debe aguantar su propia vela y el peso específico de sus errores o el éxito de sus aciertos. Tampoco soy un ingenuo como para no saber que nuestra sociedad está llena de pillastres y de falsos profetas de la ética y la política, como ha quedado ampliamente demostrado. Esa hipocresía de algunos ha devaluado la relación esencial entre valores éticos y política. Pero también la gran mayoría de la gente que está en política y en el servicio público, es gente honorable, decente y llena de valores éticos.
Digo lo anterior, porque nuestra democracia vive a grandes sobresaltos por los juicios mediáticos y los escándalos de todos los días. Es casi como un deporte nacional llevar a los caídos en desgracia al parque del pueblo y quemarlos vivos en un ritual medieval de expiación colectiva. Al estilo de la Santa Inquisición.
Admito que las redes sociales son incontrolables. Pero la democracia hay que cuidarla día a día y hacerlo es responsabilidad de todos, sin excepción alguna.
“Solo la verdad nos hará libres” retumba en la historia desde los tiempos bíblicos y ahora, en este tiempo presente, debemos hacer un descomunal esfuerzo para separar la verdad de la mentira, el grano de la paja y del intento ruin de destruir honras ajenas o detener y liquidar al adversario difamándolo.
En democracia, hay que reconocer los aciertos del adversario político y saber construir en la diversidad de opiniones y criterios. Solo así progresaremos.
Tengamos opinión crítica propia y fundamentada, coloquemos la ética en el centro de la política y defendamos, a la vez, el justo “principio de inocencia”.
(Los artículos de opinión son propios de las personas que los escriben y no necesariamente representan el pensamiento de este medio).