Dios perdona a Manasés de Judá
La justicia de Dios es salvación y gracia y más que castigo es un acto de amor sacrificial y redención_.
Dr. Carlos Araya Guillén / Articulista /
Manasés que significa «el que hace olvidar», fue un rey de Judá que gobernó 55 años en Jerusalén (697 a.C y 642 a.C.). Su madre se llamaba Hepsiba. Comenzó a reinar cuando tenía doce años de edad.
Fue hijo y sucesor de Ezequías rey que hizo lo correcto a los ojos de Jehová, pues como se sabe, entre otras cosas, destruyó a Nejustan (serpiente de bronce que Moisés había fabricado en el desierto), pues los israelitas habían comenzado a ofrecerle sacrificios y quemarle incienso.(2 Reyes 18: 2-4)
Sin embargo, contrario a su Padre, el rey Manasés «se portó muy mal con Yavé». (2 Reyes 21:2), imitó prácticas paganas, construyó los santuarios de las lomas, levantó altares al dios Baal, adoró a las estrellas del cielo, profanó los patios de la Casa de Dios erigiendo santuarios para ritos paganos, sacrificó a su hijo por el fuego, hizo traer adivinos y brujos, práctico los presagios, la magia y colocó el tronco sagrado de la diosa Asera en el lugar santo del templo de Dios.
Manasés también asesinó y derramó sangre inocente en tal cantidad que llenó a Jerusalén de punta a punta. (2 Reyes 2116) Fueron tan graves los pecados que cometió que están escritos en el libro de las Crónicas de los reyes de Judá. Como Rey, ofendió al Señor y actúo peor que los mismos amorreos, pueblo de origen semita que por su pecado Dios lo extermina arrojando piedras del cielo sobre ellos durante una batalla con los hijos de Israel, y murieron más por las piedras del granizo que los que mataron los israelitas a filo de espada.
El Rey Manasés fue castigado y Dios, dice la Palabra de Dios, lo entrega en manos del ejército del rey Asur. Preso Manasés, lo ataron con ganchos, cadenas de bronce y se lo llevaron para Babilonia. Sintió tal angustia, como prisionero, que se arrodilló y se humilló ante Yavé, el Dios de sus padres, pidiendo clemencia y perdón por su idolatría y maldad.
Dios escuchó su oración y no solo lo perdonó, sino que le permitió volver a Jerusalén para reinar sobre Judá. «Así supo Manasés que solo Yavé es Dios” (2 Crónicas 33:13). Entonces ofreció sacrificio de comunión y alabanza al verdadero Dios de Israel, luchando contra la idolatría de Israel.
Su arrepentimiento fue genuino. Verdadero. Al final de sus días, en su vejez, sirvió a Dios con esmerada fidelidad.
Por eso, la Biblia enseña que el amor y la misericordia de Dios se manifiesta en cualquier momento de la vida humana, desde su nacimiento hasta su muerte.
En el mismo lecho de muerte, en el último minuto de existencia, quien reconoce a Jesús como Señor y salvador, encuentra el perdón de sus pecados en la gracia divina. Por ejemplo, el ladrón crucificado a la derecha de Jesús se convierte a la fe, es perdonado y escucha las palabras del Señor: «En verdad te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso». (Lucas 23: 42-43). Una promesa de perdón, reconciliación y esperanza.
La justicia de Dios es salvación y gracia y más que castigo es un acto de amor sacrificial y redención. Es un atributo de santidad y bondad más allá del entendimiento humano. Ni a los mismos creyentes les es dado racionalizar su dimensión sobrenatural.
La justicia divina es acto de fe y no de discernimiento filosófico. Es una potestad celestial que sobrepasa todo conocimiento lógico, sus premisas o inferencias.
Para terminar, existe una obra de Nicolás Javier Goribar, pintor del siglo XVII, ecuatoriano, titulada «Rey Manasés» que recuerda su reinado.
(Los comentarios, artículos de opinión, de testimonio o de formación espiritual, así como las informaciones que reproducimos de otros medios, sean noticias o debates, son propios de las personas que los escriben y no necesariamente representan el pensamiento de este medio).