OPINIÓN

Seis partidos evangélicos en las elecciones municipales en Costa Rica

Dr. Carlos Araya Guillén /Político, educador y filósofo/

El día domingo 2 de febrero de 2020, tendremos elecciones municipales en Costa Rica. Más de 100 partidos presentarán candidatos (cerca de 40 mil), a los distintos puestos de elección popular.

Según datos oficiales del Tribunal Supremo de Elecciones (TSE), 3.4 millones de costarricenses podrán votar en 487 distritos de División Territorial Administrativa, para designar a 6.138  cargos de alcalde, vicealcaldes, regidores, intendentes, viceintendentes, síndicos, miembros de consejo de distrito y miembros de consejos municipales de distrito, tanto propietarios como suplentes.

Una vez más, los cristianos evangélicos se preparan para participar en el proceso electoral que se avecina.

Divididos en seis partidos, buscan colocar a sus candidatos en los distintos gobiernos locales.

A escala Nacional: Nueva República (PNR), Renovación Costarricense (PRC), Restauración Nacional (PRN) y Alianza Demócrata Cristiana (PADC).  

A escala Provincial: Fuerzas Unidas para el Cambio (PFUC/SJ) y a escala Cantonal: Partido Demócrata Costarricense (PDC/Cantón Central).

Amén de líderes evangélicos que presentan su nombre en otros partidos, basados en el brillo de su liderazgo y trabajo social o pastoral.

Es saludable que el pueblo evangélico participe en las elecciones municipales, pero con un claro reconocimiento de la plena autonomía de lo político.

Estamos en una democracia (gobierno del pueblo) y no en una teocracia (gobierno de Dios) a través de sus ministros, los sacerdotes y las jerarquías religiosas. Debemos “dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” (Lucas 20:25).

Es claro en el Nuevo Testamento, que la fe debe estar activa, movida por el amor a Dios y al prójimo (Gal. 5:6). Así una fe comprometida con Dios y el servicio al prójimo, se convierte en praxis transformadora de la realidad y no en una fuga del mundo.

Por eso, el político evangélico está llamado a luchar por el bien común, la justicia, la paz y la vida, en defensa de los más pequeños y vulnerables. (Mateo 25: 34-40; Lucas 10:25-37, (Parábola del Buen Samaritano), (1 Samuel 5:10).

Para un político evangélico, el poder político se concreta en la acción responsable de forjar el bien, la justicia, la ética y el respeto a la dignidad humana, a la vida y a la naturaleza.

Nunca el poder político puede ser utilizado para beneficio de la iglesia, lo individual o familiar (nepotismo), alcanzar egoísmos individuales o la vanidad social.

La vida del cristiano evangélico, como político, predicador, evangelista o feligrés, está inseparablemente unida al testimonio de servir a Dios como hijo y aceptar el carácter divino que se manifiesta en la construcción del Reino de Dios. Por eso, la opción preferencial por los pobres, revelada en el rostro sufriente de Jesús, es esencia y vida cotidiana.

Dios no lleva a los cristianos evangélicos a la política para convertirla en un desconcierto moral (deshonestidad), ni en violencia agresiva contra los hermanos que brillan por su liderazgo. Tampoco para aumentar riquezas personales haciendo negocios a costa del dinero público.

Dios nos trae a la militancia partidaria, para vivir la opción política de la fe, con amor espiritual que se encarna en la cotidianidad.

Siempre será un glorioso testimonio de fe, encontrar en la política cristianos evangélicos que hablen con los frutos de justicia del Espíritu y no hermanos insensatos que hablan y defienden sus puntos de vista sin entendimiento, conductas delictivas y prácticas alejadas de la fidelidad bíblica.

(Los comentarios y artículos de opinión, son propios de las personas que los escriben y no necesariamente representan el pensamiento de este medio).

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