OPINIÓN

No al odio, no a la violencia, no al irrespeto

Miguel Ángel Rodriguez/ Ex presidente de C.R. /

No podemos dejar que nos venzan el odio, la violencia y el irrespeto.

Costa Rica empezó su historia con muchas privaciones, pobreza e ignorancia. Pero con visión previsora y solidaria, desde el propio Pacto de Concordia hemos venido -con altos y bajos- construyendo nuestra paz, la armonía, la justicia, la democracia, el Estado solidario de derecho y el progreso. Son conquistas sumamente valiosas y meritorias, claro que imperfectas e incompletas, pero que nos deben enorgullecer y debemos proteger. Y nos deben alentar a seguir adelante para disminuir la pobreza, la desigualdad, la injusticia, la informalidad, el desempleo, la inseguridad.

La supervivencia de esas conquistas depende de la cultura de nuestra sociedad. Para que la democracia, la libertad, la solidaridad, la justicia y el progreso convivan se requiere una cultura en la que predomine el amor –o al menos la benevolencia- y no el odio y el resentimiento. Es por albergar sentimientos de bondad para con los demás que reprimimos la violencia y controlamos la pasión por imponer a toda costa nuestros intereses personales o grupales. Claro que las leyes y las penas nos ayudan a recordar las consecuencias de acciones ilegales, y el repudio social refuerza el costo de las acciones indebidas. Pero ellas por sí mismas no pueden garantizar la paz y la tranquilidad si no es a base de un uso desproporcionado de la violencia de quienes mandan.

Esas conquistas de nuestros antepasados también requieren de una cultura optimista, para sobrevivir y florecer. Así aceptamos la derrota electoral en espera de una futura victoria. Así cedemos cuando nuestro punto de vista no es el adoptado y luchamos por progresar en las circunstancias que el sistema democrático liberal adopte.

 Y esa cultura que da soporte a nuestra exitosa evolución nacional de ya casi 200 años se fundamenta en la buena fe. No podríamos aceptar los resultados que la institucionalidad democrática liberal produce -y que no son ni perfectos ni siempre los mejores- si partiésemos de suponer malas intenciones en nuestros adversarios, en vez de humildemente aceptar que hay otros puntos de vista, otros conocimientos, otros intereses tan respetables como los nuestros, y que a lo mejor soy yo el equivocado. No podría haber respeto entre nosotros si privase la idea de que los demás actúan por deseo de dañarnos.

En nuestro querido pedacito del mundo esa cultura ha imperado y se ha adornado además de la predominancia de un trato cortés y suave, que ha favorecido las relaciones humanas de un pueblo que en general prefiere ser querido que ser exitoso, que no sabe simplemente ordenar que le sirvan una taza de café, sino que pide que por favor se lo regalen.

En esa cultura de benevolencia, optimismo, buena fe y cortesía se ha desarrollado la especificidad costarricense. 

 Esa cultura me permitió de niño -camino a la Escuela Buenaventura Corrales- presenciar asustado, como una bicicleta atropelló al presidente Otilio Ulate que a pie se dirigía muy temprano a la Casa Presidencial, acompañado de un campesino de pie descalzo, al que abrazó para despedirse y no miró al ciclista que rápidamente bajaba la cuesta de la Avenida de las Damas. Después, esa cultura me permitió -a pesar de los enfrentamientos por la apertura de los monopolios del ICE- seguir manejando el auto sin ninguna protección, y desplazarme con Lorena a nuestras actividades los fines de semana en que no iba de gira durante la presidencia. Después del oprobio de las turbas que se lanzaron en mi contra por mi voluntario regreso al país hace 14 años para responder voluntariamente ante los tribunales, pude -gracias a esa cultura- al salir de la cárcel volver a andar solo y tranquilo por las calles de nuestras ciudades y pueblos. 

Por eso a muchos nos duelen tanto las manifestaciones de odio, de resentimiento, de desprecio por los hechos objetivos y las ideas de los demás, y sobre todo de violencia que en algunas ocasiones se manifiestan en nuestro país; y que se han dado cita -repetidamente- durante estas manifestaciones contra el proyecto de Ley de Fortalecimiento de las Finanzas Públicas. 

Hemos acumulado un serio desequilibrio fiscal que nos amenaza con una crisis financiera que podría condenar a la pobreza a cientos de miles de familias costarricenses. Pero no es hora de señalar culpables, lo que todos podemos hacer con facilidad pues cada quien tiene sus favoritos. Es hora de aprobar soluciones que pongan un alto a la marcha hacia una hecatombe social.

Ante las soluciones posibles y urgentes algunos grupos sindicales del sector público han declarado una huelga política, exigiendo que no se apruebe el proyecto de ley que significa una primera e importante medida para detener esa fatídica marcha, y desgraciadamente esa huelga se ha visto preñada de acciones manifiestamente ilegales que afectan el derecho de los enfermos a la salud, de los niños y niñas a la educación, de las personas a ejercer su libertad de tránsito y que incluso han provocado actos de sabotaje y los repudiables e inaceptables insultos, intento de ataque físico e irrespetos a su investidura que sufrió el señor Presidente.

Todos debemos dominar nuestras acciones para no permitir que esas acciones rompan nuestra cultura que tantos beneficios de progreso, libertad y felicidad nos ha deparado.

Por eso antes los recientes hechos violentos que nos entristecen -como ha dicho el señor Presidente-  “no perdamos la paz”. A todos nos corresponde defender los logros que hemos heredado.

También puede leer: Aquella casi guerra con Nicaragua / Lic. Fernando Berrocal / Periodista.

                          LIFE 89.5

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