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La Biblia responde a la FAEC

 Rev. Nicolás Lammé, M.Div., M.Ed./Sociedad Bíblica de Costa Rica /

En la carta publicada en el periódico Maranata por el presidente de la Alianza Evangélica Costarricense (FAEC), donde se reclama el estado de una sociedad en caos, la cual está cayendo “en una dirección subjetiva, ambigua y pueda que hasta destructiva para la sociedad”, el presidente de la FAEC denuncia con toda la pasión de un profeta de antaño, una sociedad “meramente relativista e impulsiva”. Sin embargo, mientras comparto la preocupación del señor presidente de la FAEC, me parece que su carta no va a la raíz del problema.

La iglesia evangélica de Costa Rica hoy no puede quejarse del relativismo moral del mundo cuando en las últimas décadas ha insistido en un relativismo espiritual, doctrinal, y litúrgico. Si la iglesia es de verdad sal de la tierra y luz del mundo, como dijo Jesús, tiene sentido que adónde va la iglesia irá también el mundo. El problema que la iglesia evangélica de Costa Rica enfrenta hoy, no es tanto la falta de carácter; ni la falta de moral dentro de su membresía. Obviamente es un problema, pero no es la raíz de sus problemas, sino sólo un síntoma. La raíz de los problemas de inmoralidad dentro de la iglesia, y en el mundo, entre otros males, es su relativismo espiritual.

La Iglesia evangélica de las últimas décadas ha insistido en una espiritualidad basada en el encuentro personal, sus sentimientos, y una experiencia individualista de Dios, y todo esto está divorciado de la Palabra de Dios. Y cuando hay un conflicto entre la Biblia y la experiencia personal, la experiencia siempre gana. La generación actual de creyentes, igual que el mundo que nos rodea, considera como la única verdad espiritual la experiencia del individuo y hasta a sí mismo como su propio diosito, y mira a Dios, como hecho a su propia imagen. La variedad de estilos de adoración que hay en las iglesias demuestran esto. Hoy, esta nueva generación cree que la única verdad espiritual es aquella verdad que yo siento en mi corazón; las consecuencias devastadoras de este relativismo espiritual son graves. Si no existe ninguna verdad objetiva en lo espiritual, si todo es relativo y depende de la experiencia individualista de cada creyente, cómo puede haber una verdad objetiva en lo que respecta a la moral pública, política o social.

Hoy en la iglesia evangélica tampoco hay verdad doctrinal, ni verdad litúrgica, todo el mundo cree lo que le da la gana, interpreta la Biblia como bien le parece, y adora de la manera que más le conviene. ¿Y dónde está la Biblia? La Biblia misma ha sido marginalizada, arrinconada y cuando no sirve de un mero adorno en la iglesia, es maltratada, tergiversada y doblada a la voluntad de cada quien que la interprete a su propia conveniencia para justificar sus prácticas aberrantes, divorciada completamente de la historia de la iglesia cristiana. Y si eso no fuera suficiente, como cada quien tiene derecho a interpretar la Biblia de acuerdo con su propia imaginación, ya no hay herejía ni herejes, y los que abogan por una fe histórica y confesional son tachados de retrógradas. La palabra ortodoxia se ha vuelto una grosería que ya no se usa entre gente educada.

La Biblia ya no es el estándar para la iglesia evangélica de hoy.  El presidente de la FAEC ni la menciona en su carta, sino habla ambiguamente de su fe en la “creación, la ciencia y la biología”. Una vez en la carta, se acuerda de que es cristiano y menciona a Dios al final.

El problema es esto: si el pueblo evangélico está sumergido en relativismo espiritual, doctrinal y litúrgico, siempre habrá relativismo moral también dentro de la misma iglesia y la sociedad. La moral no surge de la nada, sino que es un producto de las creencias y cosmovisión de un pueblo. ¿De dónde proviene la moral cristiana y su interpretación de la creación, la ciencia y la biología? Proviene de la Biblia, la cual es la revelación objetiva de un Dios personal que se dio a conocer a sí mismo y su voluntad para nosotros los seres humanos. La Biblia no es solo una carta romántica de amor escrita a cada individuo, sino la auto divulgación del Creador a nosotros los seres humanos, creados a su imagen y semejanza, para que le conozcamos y adoremos en espíritu y en verdad. Esa creencia sobre la Biblia implica la existencia de una objetividad espiritual, doctrinal y litúrgica, la cual produce una moralidad arraigada en las verdades eternas del eterno Dios. Sin esta trinidad de verdades, no puede haber una moral objetiva en la iglesia, y muchos menos en el mundo.

Lo que creemos siempre resultará en una conducta que corresponde a nuestra creencia. El presidente de la FAEC se equivoca cuando sugiere que en en la creación, la ciencia y la biología hay una moralidad autoevidente y objetiva. No hay moral objetiva en la naturaleza, sino solo fuerza y poder; aparte de Dios y su Palabra, en la naturaleza rige la sobrevivencia de los más aptos, no la moralidad cristiana. Al final de cuentas, los cristianos no somos los que creemos en la biología, sino los que creemos Cristo, tal y como nos es presentado en el Evangelio. Y estas buenas noticias (evangelio significa buenas noticias) se encuentran en la Biblia.

Históricamente, ha sido la Biblia y la transformación que Dios trae por medio de su mensaje lo que ha cambiado el mundo en las culturas de occidente. Y cuando nació la iglesia en medio del imperio romano, transformó su cultura corrupta, inmoral, guerrera y opresora por medio de su mensaje de Cristo y este crucificado. Si la iglesia de Costa Rica quiere ser una vez más un agente de cambio social, tiene que volver a los rudimentos de su fe y a su Carta constitutiva, a saber, la Biblia. Porque a menos que recupere una espiritualidad y mensaje arraigados en la verdad objetiva del reino de Dios, jamás alcanzará la justica y la moralidad del mismo.

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