OPINIÓN

Dios en los tiempos del COVID-19

Dr. Carlos Araya Guillén / polítologo /

En estos días, nuestro país no es ajeno a la pandemia del COVID-19, la que está afectando no solo la salud pública, sino también los distintos ámbitos de la vida cotidiana económica, social, política, cultural y educativa.

Protegernos del COVID-19, así como, de otras bacterias y virus causantes de enfermedades contagiosas es un deber ético personal y de convivencia social.  Todos estamos obligados a acatar, sin excusas, las directrices ordenadas por las autoridades de gobierno, y en especial, por el señor ministro de Salud.

Los científicos y médicos trabajan incasablemente para conseguir la correspondiente vacuna aprovechando sus conocimientos y los adelantos tecnológicos de sus laboratorios. En nuestro país los diputados en el cumplimiento de sus deberes legislativos, procuran aprobar leyes a favor del bien común de la salud. Y en el mundo, son muchas las organizaciones que se han incorporado a la lucha solidaria contra el COVID-19.

La presencia de una pandemia no es nueva en la evolución de la humanidad. La historia registra grandes acontecimientos que han puesto en riesgo la supervivencia humana, entre ellas, la peste negra que afectó a Eurasia (1347-1353) y mató a un tercio de la población mundial. Otra fue la gripe “española” (1918-1920) que, por cierto, no se originó en España, se llevó a la tumba a un poco más de 40 millones de personas en todo el mundo.

Como se sabe, cada pandemia expone las dimensiones planetarias de un problema de salud e inserta a la vida humana en una lucha, sin fronteras, contra las nuevas enfermedades, bacterias y virus.

La iglesia cristiana no ha permanecido indiferente frente el COVID-19. Los pastores evangélicos, sacerdotes y líderes de otras congregaciones religiosas, doblan sus rodillas, en piadosa actitud de reverencia, e invocan la ayuda divina para apartar de nuestro camino toda enfermedad. (Éxodo 23:25)

Con fe, ellos, piden que Dios bendiga a los médicos e ilumine con sabiduría espiritual su trabajo, sus mentes, sus manos, sus instrumentos y sus acciones en beneficio de la salud.  Con esperanza sus plegarias son fuente de motivación para la sanidad física y espiritual.

Dios sabrá iluminar a los investigadores de la ciencia y la salud para encontrar soluciones concretas al grave problema de salud que vivimos.  Siempre habrá respuesta para todo aquello que se pida en el nombre de Jesús para que el Padre sea glorificado en el Hijo. (Juan 14:13-14)

La oración es un acto de fe que clama y santifica la voluntad liberadora de Dios. Dios no abandona a sus hijos. Dios es amor (I Juan 4:8). Y, es amor, no solo por su infinita misericordia sino como acción dominante de abrigo de los creyentes en Cristo Jesús. Dios es excelso y todopoderoso ayer, hoy y siempre. Nos ama con amor celestial en tiempos de angustia y alegría.  Bajo la sombra de sus alas nos librará de la peste destructora.

Por eso, ningún virus, ninguna bacteria, ninguna enfermedad maligna, derrotará al ser humano, formado por la palabra divina a imagen y semejanza de su Creador. (Génesis 1:16).

Para un cristiano inundado de fe nada lo podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús.  La misma Palabra de Dios afirma, que “ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo porvenir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra creada nos podrá separar del amor de Dios”.  (Romanos 8:38-39) Mucho menos enfermedades y pestilencias que anden en oscuridad.

¡Señor!, pon tu mano sanadora y milagrosa sobre los enfermos y restaura su salud según tu santa voluntad. Sabemos que todo es posible para ti. Eres un Dios de milagros.

Si bien es cierto, el coronavirus no le pide permiso a un cristiano para entrar en su cuerpo, si se sabe que si un hijo de Dios se cuida y fortalece su sistema inmunológico le ganará la batalla con la ayuda del Omnipotente.

Como dice la Biblia, “lo que Dios te ha prometido tus ojos lo verán (SALMO 33:4). Los ejércitos celestiales, vestidos de lino finísimo, blanco y limpio, están y estarán siempre al lado de los creyentes para ganar la buena batalla de la fe y saciarlos de larga vida en medio de las tribulaciones.

Hoy, en tiempos de angustia, los cristianos estamos llamados a profundizar nuestra intimidad con Dios Rey de Reyes y Señor de Señores. Estamos llamados orar, sin pensamiento mágico, para que la magnificencia del Altísimo se afirme con gloria y poder entre las naciones como roca de salvación.

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